Por Rocío Tabares y Juan B. Filgueira Risso
“Nuestra civilización está siendo sacrificada para que un número muy pequeño de personas continúe haciendo enormes cantidades de dinero”, sentenció en uno de sus discursos Greta Thunberg, la joven activista sueca, apuntando a los líderes de las grandes potencias del mundo.
La crisis ambiental se acelera a un ritmo vertiginoso y para el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, «ya no es tiempo de sutilezas diplomáticas».
En el marco de la 26º Cumbre del Clima de las Naciones Unidas (COP26), que comenzó hace una semana en Glasgow (Reino Unido), Guterres aseguró: «Si los gobiernos, en especial los del G20, no actúan y lideran este esfuerzo, la humanidad se dirige hacia un sufrimiento terrible».
Es innegable que la mayor responsabilidad del panorama que enfrentamos es de los Estados, los grandes poderes, empresas e instituciones. Sin embargo, partiendo de ese racional, nos hemos acostumbrado a esperar soluciones que vengan de afuera, “desde arriba”. No nos sentimos parte. Y no somos conscientes de nuestro poder.
Todos queremos salvar al planeta. Todos podemos “salvar al planeta”.
El planeta no necesita que los seres humanos lo salvemos, pero sí necesitamos preservarlo para habitarlo. Cuando hablamos de “salvar al planeta” hablamos de cuidar la salud, la seguridad y el bienestar de las personas, de nuestras familias, de nuestros hijos. Cuidarnos: a nosotros mismos y a todos los seres que coexistimos en él.
La Tierra ya está 1,1°C más caliente que en la era preindustrial y queda poco tiempo para frenar el aumento en 1,5°. Este escenario constituye el «único futuro habitable para la humanidad», de acuerdo con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Por eso, reservar la discusión al mundo “ambientalista”, podría ser parte del problema. El ambiente nos incluye a todos y sus problemáticas deben ser abordadas de manera sistémica. Si bien no todos contribuimos de la misma forma a su deterioro, y no vivimos o viviremos las mismas consecuencias, todos debemos perseguir el mismo horizonte.
“¿Para qué quieres más, si tienes todo ya?”, preguntan Lila Downs y Kevin Johansen en la fabulosa Baja a la Tierra, y nos recuerdan algunas de las preguntas que nos hacemos sobre cómo acompañar la deconstrucción de los modelos de desarrollo que hemos creado desde la Revolución Industrial y hoy nos están llevando al colapso de la civilización que conocemos.
Olas de calor, incendios, inundaciones, desertificación, sequías y falta de acceso a agua potable son problemáticas del presente. Somos las primeras generaciones que experimentan los efectos del cambio climático y de una devastación de la naturaleza justificada por modelos de crecimiento que no consideran los límites biofísicos de la Tierra. Por eso somos quienes debemos actuar.
La evidencia científica lo confirma. Los datos están disponibles a nuestro alcance y las soluciones también. La fuerza para impulsar una transición ecológica necesaria crece desde la ciudadanía, pero aún falta ambición y voluntad por parte de los principales tomadores de decisión mundiales.
Comprender la raíz y hacernos cargo
En la actualidad consumimos energía en prácticamente cada acción que realizamos. Por eso, uno de los principales temas en discusión es el tipo de energía que producimos y la necesidad de eliminar la quema de combustibles fósiles que aceleró la crisis climática.
Aunque logremos incorporar más energías limpias, estas también tendrán distintos impactos sobre el ambiente, por eso debemos empezar a discutir los modelos de desarrollo y crecimiento ilimitado que hoy hacen posible el tipo de vida que llevamos.
Nuestro nivel de consumo actual hace que gastemos más bienes naturales que los que el planeta puede regenerar. El “Día del Sobregiro de la Tierra” es la fecha en la que se ha consumido lo que al planeta le toma un año completo en regenerar para responder a nuestras necesidades, y llega antes cada año.
Asimismo, ese ritmo de consumo y descarte está devastando los océanos y se estima que para el 2050, cuando nuestros hijos tengan aproximadamente nuestras edades, habrá más plástico que peces en el mar.
Por eso resulta sensato hacernos hoy a nosotros mismos la pregunta de Downs y Johansen: ¿para qué queremos más?
El Estado y los sectores productivos deben trabajar de forma integrada con los ciudadanos, y los ciudadanos deberemos estar involucrados para empujar las políticas desde las bases y que no queden a mitad de camino. Para que sea posible debemos empezar a despertar, para acompañar lo propuesto y para luchar por lo que falta.
Si en el plano individual nos preguntaran qué estamos dispuestos a cambiar o ceder para que nuestros niños vivan en un mundo habitable y seguro, probablemente se nos ocurrirían muchas ideas. Necesitamos entender que el momento para hacerlo es hoy.
La posibilidad existe. ¿Por qué no lo hacemos?
Naomi Klein, escritora y activista canadiense, escribió sobre cómo nos vinculamos con la información sobre los riesgos de seguir “desarrollándonos” con los paradigmas vigentes, y habló de que en muchos casos pensamos que no podemos hacer nada más que centrarnos en nosotros mismos.
Decidimos entonces comprar a agricultores locales, usar menos el auto o reciclar. Y, aunque estos cambios en nuestro estilo de vida forman parte de la solución, nos olvidamos de intentar cambiar realmente los sistemas que están haciendo que la crisis sea inevitable, porque creemos que no funcionaría.
La psicología habla de indefensión aprendida como la condición de los seres que han «aprendido» a comportarse pasivamente, con la sensación de no tener la capacidad de hacer nada. Entonces, aunque tengan oportunidades reales de cambiar una situación adversa, no responden. No hacer nada llevaría también a negar el enfrentamiento con las causas de los problemas.
“El cambio climático es así: es difícil pensar en él durante mucho tiempo. Practicamos esta forma de amnesia ecológica intermitente por motivos perfectamente racionales. Lo negamos porque tememos que, si dejamos que nos invada la plena y cruda realidad de esta crisis, todo cambiará”, Naomi Klein (2015).
Seamos cada vez más haciendo
La buena noticia es que existen personas que representan con sus propias vidas las soluciones, y nos están mostrando el camino, comprobando que otras maneras de producir bienes y alimentos en armonía con la naturaleza son posibles.
En Kenia, por ejemplo, dejó su huella Wangari Maathai, fundadora del Movimiento Cinturón Verde, cuya visión unió la ecología y el desarrollo sostenible con la democracia, los derechos humanos y el empoderamiento de las mujeres. Cinturón Verde se ocupa de proteger al ambiente dando relevancia a la mujer africana y a su entorno familiar y desde su creación facilitó la plantación de más de 50 millones de árboles.
En Argentina, hoy se están produciendo alimentos a partir de principios ecológicos aplicados al diseño y la gestión de sistemas agrícolas. De esta forma trabaja la Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología (RENAMA) y muchos productores que buscan fomentar la soberanía alimentaria.
Como estas, alrededor del mundo existen miles de historias de comunidades que están protegiendo la vida.
Son ellas y quienes están manifestándose en las calles a quienes debemos acompañar. La presión se empieza a sentir.
Quienes seamos conscientes de esta realidad innegable tenemos la posibilidad de construir una mirada del mundo distinta a esa con la que crecimos. Cuantas más personas seamos empujando esta causa, mayor diversidad y potencia habrá en la construcción de nuevas soluciones.
Cuantas más fuerzas construyamos de forma colectiva, mayor presión podremos ejercer sobre ese porcentaje mínimo de humanidad que marcó el destino de nuestra historia y la de nuestros hijos durante las últimas décadas.
Y quizás esa construcción empiece por entender que somos personas las que formamos parte de los problemas y las soluciones, las que conformamos empresas, gobiernos e instituciones, y las que podemos aportar desde los espacios que habitemos e involucrándonos en la esfera pública.
Greta también dice que no le importa “ser popular”, porque sabe que vivir en coherencia con esta información no resulta cómodo, es contrahegemónico.
Cuando hablamos de “cuidar el planeta” o de “enfrentar el cambio climático” hablamos de proteger las vidas de las personas.
Decimos que amamos a nuestros niños. Podemos ofrecerles un mundo habitable en el que sean conscientes de que vivir al ritmo de la naturaleza es la mejor forma de preservarnos.
¿Qué estamos dispuestos a hacer?
Una nota IMPERDIBLE,concientizar a los adultos es la UNICA MANERA de que nuestros niños tengan futuro!!! Maravillosa reflexion y analisis!!👏👏👏👏👏👏👏👏GRACIAS!!
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Excelente nota! Educar y concientizar al ciudadano es la salida, todos somos parte del problema y como tal de la solución, llego la hora de asumir las responsabilidades.
Gracias!!!
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