CULTURA

Tres colores tiene el cielo 

Sobre la mesa de la cocina hay una pava que descansa encima de una tabla circular de madera. Un mate recién cebado y un yerbero. El mate es amargo y de metal. El rojo de su cobertura es casi total excepto por unas marcas – cerca de la base y alrededor de su única manija – que dan cuenta del inexorable paso del tiempo. Es invierno y para calefaccionar la habitación hay una hornalla de la cocina encendida bajito. 

La de los Martínez era una familia de inmigrantes. Como tantos otros, dejaron España y vinieron a la Argentina en busca de un futuro. Juan Martínez trabajaba en el ferrocarril  – por esos años era de propiedad inglesa –  cuando recibió una carta que traía noticias de su familia en Europa.

Las cartas no eran frecuentes. Para llegar a destino tenían que cruzar hasta este lado del mundo en barco – como Juan lo había hecho tiempo atrás -, pero siempre que llegaban le traían noticias y a través de esas palabras la familia podía, de alguna manera, sentirse más cerca de los suyos en España.

Un día, las noticias que llegaron no eran buenas. Se trataba de una muerte en la familia. Sabiendo que sus patrones no le permitirían viajar, el hombre hizo lo que se acostumbraba en la época: envió en su lugar a su hijo mayor, también llamado Juan – otra costumbre de época –  hasta Madrid para representar a esta parte de la familia que ahora vivía en Argentina. 

Siguiendo el mandato familiar, Juan llegó a España sin siquiera imaginar que aquella ciudad iba a cambiarle la vida. Durante su estancia en Madrid trabajó como sastre y, gracias a ese oficio conoció a Salvadora, la mujer de la que se enamoró y junto a  la que formó una familia.

Para 1936 Salvadora y Juan tenían tres hijos: Antonio, Rafael y Juan, que nació en Madrid el 17 de junio, un mes antes de que comenzara la guerra civil. 

Los hermanos de Salvadora formaban parte del ejército republicano y, para unírseles en la lucha contra el fascismo, Juan decidió sumarse a las Brigadas Mixtas. Él no tenía obligación de luchar, por azares del destino había nacido en Cuba cuando la isla era todavía un protectorado estadounidense – pero eso es otra historia -, lo que significaba que él, por su condición de nacimiento, podía salir del país bajo la protección norteamericana y llevarse a su familia.

Juan no quería saber nada con abandonar la lucha. Sostenía que él no iba a quedarse de brazos cruzados mientras los demás peleaban. Sus cuñados no aceptaban sus argumentos y querían convencerlo de que irse no significaba cobardía, significaba un acto de amor a su familia. Darle a su mujer y a sus hijos la posibilidad de una vida lejos de la guerra. 

Lo que siguió también fue un acto de amor, ahora lo entiendo.  

Súbitamente, uno de sus cuñados desenfundó y apuntó hacia él. 

“Juan, tu obligación es poner a salvo a mi hermana y a mis sobrinos. Si yo vuelvo a esta casa y todavía estás acá no va a ser una bala franquista la que te mate, va a ser una bala republicana”, dijo y cerró la puerta detrás suyo.

Fue lo último que Juan escuchó de su cuñado. Quizá fue la forma drástica de la situación, o los ojos acuosos del hombre que mientras empuñaba el arma sabía que obligar a Juan a irse con su familia significaba renunciar a la posibilidad de compartir la vida con su hermana y ver crecer a sus sobrinos pero nada más importaba si ellos estaban a salvo. Lejos de la guerra. 

Ese sacrificio en aras de una vida posible para los demás también es amor. 

Al poco tiempo Juan, Salvadora y sus tres hijos abordaron un transporte de bandera estadounidense que los llevó al puerto. Desde el barco vieron por última vez los tres colores que se dibujan en el cielo durante el amanecer español. Después de un largo viaje, los Martínez llegaron a la Argentina. Se instalaron en Villa Luro y en una casa del Pasaje Camoatí criaron y vieron crecer a sus hijos.  
Juan y Salvadora vivieron felices y se amaron hasta el final de sus días. Lo sé porque fueron mis bisabuelos paternos y esta fue la forma en la que su hijo más pequeño, mi abuelo Juan, me contó la historia a mí. Entre mates y los versos de aquella canción republicana que dice “Si me quieres escribir ya sabes mi paradero, es de las brigadas mixtas, primera línea de fuego”. Esa que al mundo le habla del ejército del Ebro, a él de su padre, y a mí de mi bisabuelo.


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