Esta semana que se va se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Julio Cortázar. El autor de “Rayuela”, “Bestiario”, “Final del juego”, “Historias de Cronopios y Famas”, entre otros títulos, hubiera cumplido 107 años. Como es habitual en estas fechas proliferan los textos que prometen revelar “Los 5 mejores libros” o “Las 50 mejores frases” del autor sin siquiera asomarse a contar quién fue o por qué su trabajo lo convirtió, con los años, en uno de los referentes de la literatura Argentina y Latinoamericana.
Por lo general, aquellos que escriben – y andan por la vida – sin tiempo se limitan a decir que “hay que leer a Cortázar” o “yo leí a Cortázar”, porque sienten que de alguna manera, haber leído al escritor de barba, lentes y acento inconfundible, les da cierta autoridad cultural. Cortázar no escribió su obra buscando seducir editores para que lo convirtieran en best seller; por el contrario, su obra nació en la más profunda de las soledades y poco a poco fue encontrando lectores.
Desde Minúscula no buscamos “enseñar cómo leer a Cortázar” ni les vamos a recitar de memoria sus “20 mejores frases». El motivo fundamental de esta nota es que queremos tanto a Julio.
Un tal Julio que nació en Agosto
Julio Florencio Cortázar nació en Bruselas, Bélgica, en 1914; “producto del turismo y la diplomacia” – según sus propias palabras – y es que por aquellos años, el recién casado Julio José Cortázar trabajaba en la embajada argentina de Bélgica y llevó consigo a su esposa, María Herminia Descotte. Nada hacía suponer a la pareja argentina que su hijo nacería antes de regresar ni tampoco que el pequeño “Cocó” – hasta Cortázar tuvo un apodo familiar que hubiera querido ocultar – pisaría el suelo argentino a la edad de cuatro años cuando ya la primera guerra mundial había concluido y el regreso a casa era un sueño posible.
Estos primeros años de crianza europea le darían una de sus características más evidentes, la imposibilidad de pronunciar la erre a la española cada vez que habla en su lengua materna:
“Yo hablo así desde que empecé a hablar. Por una razón muy simple y es que yo nací en Bruselas. El primer idioma que yo hablé, que me enseñaron las criadas de esa época, fue el francés. Luego, cuando a los cuatro años vine a la Argentina como todo pibe me olvidé del francés en una semana y comencé a hablar español y en esa época no había esa ciencia tan maravillosa de la foniatría. Un foniatra en quince días de ejercicios me habría quitado esta ‘erre’ tan incómoda pero no me la quitaron y luego crecí”, Julio Cortázar a Hugo Guerrero Marthineitz (1973).
El vicio de la lectura que el médico prohibió
Ya instalados en Banfield, cuando Julio tenía 8 o 9 años, aprendió el amor por la lectura o quizá el vicio, porque un médico llegó a recetar que su madre le prohibiera la lectura por cuatro o cinco meses. Recomendación que, por su puesto, su madre ignoró y el asunto se resolvió acordando que el pequeño Cocó leería un poco menos y saldría a jugar al sol un poco más.
Según el mito familiar, el pequeño comenzó a escribir a los ocho años. Edad a la que terminó su primera novela y que pese a sus constantes pedidos de adultez, su madre se negó a echar al fuego.

Cuentos, Novelas y la primera publicación
Alguna vez le preguntaron a Cortázar qué diferencias encontraba entre la escritura de cuentos y la escritura de novelas. Ante la dificultad de explicarse con palabras optó por poner imágenes a sus respuestas:
“El cuento lo he visto siempre como una esfera, para mí es una forma cerrada. Un cuento sólo es perfecto cuando se aproxima a esa forma perfecta en la que no puede sobrar nada y en la que cada uno de los puntos exteriores tiene que estar a la misma distancia del centro. La Novela en cambio, la veo como un árbol, un tronco del cual salen ramas o sea que se puede bifurcar, la rama a su vez se divide en subramas. El cuento es un orden cerrado para mi y la novela es un orden abierto”.
Cinco años antes de la publicación de “Bestiario” el primero de sus libros de cuentos, se publicó en la revista “Los Anales de Buenos Aires”, que dirigía Jorge Luis Borges, un texto de su autoría, el cuento “Casa Tomada”.

En el libro “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges”, Fernando Sorrentino transcribe la historia de la publicación del cuento en palabras de Borges:
«Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra. Él me dijo: ‘¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?’. ‘No’, le dije yo. Entonces él me dijo: ‘Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito’.
Yo dirigía entonces una revista, Los Anales de Buenos Aires y él me llevó un cuento, ‘Casa tomada’, al cabo de una semana volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije: ‘En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah’.
Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar”.
“Yo soñé ese cuento. Es el resultado de una pesadilla. Había una cosa espantosa que avanzaba, indefinible, se traducía por ruidos”,
Julio Cortázar entrevistado por Joaquín Soler Serrano.
“Yo empecé a publicar muy tarde. Mi primer libro publicado con mi nombre apareció cuando ya tenía más de 30 años. Era excesivamente severo conmigo mismo y me prometí no publicar hasta el día en que estuviera seguro de que valía la pena publicar, de que no había que estafar a los lectores dándoles cosas demasiado prematuras. Al mismo tiempo que escribía mucho y quemaba mucho y tiraba mucho, iba acumulando experiencia la de escribir, de leer y de vivir, es una triple experiencia», Julio Cortázar en una entrevista con Plinio Apuleyo Mendoza.
Rayuela: La novela de múltiples finales que tardó diez años
En 1953 y mientras trabajaba envolviendo libros para una empresa importadora, Cortázar empezó a trabajar en su próximo proyecto, “escribir un libro mágico”. Con estas palabras se lo comentó a su amiga Edith Aron, quien lo supiera o no, inspiró el personaje de “Lucía, La Maga”.
“Rayuela” es, en palabras de su autor, una tentativa para ir hasta el fondo de un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de admisión de otras posibles realidades. Y un poco de eso hay, por qué no reconocerlo en el viaje interior de cada lector que agarra el libro entre sus manos y al abrirlo se encuentra con una decisión por tomar antes que con una historia para leer y es que esta novela puede ser leída como un libro convencional o bajo un orden sugerido por Cortázar. (Spoiler alert: las frases que circulan por la red y corresponden al libro mayormente se encuentran en los capítulos “opcionales” o al decir de su autor “prescindibles”).
“A mí se me ocurrió escribir un libro en donde el lector en vez de leer la novela consecutivamente, tuviera en primer lugar diferentes opciones, lo cual lo situaba ya casi en un pie de igualdad con el autor, porque el autor también había tomado diferentes opciones al escribir el libro. Posibilidad de elecciones, de dejar de lado una parte del libro y leer otra o leerla en otro orden y crearse un mundo en el cual él desempeñaba un papel activo y no pasivo. Yo se muy bien que en la práctica eso no corresponde exactamente con mis deseos teóricos porque finalmente los lectores de Rayuela la han aceptado en su conjunto como un libro y en ese sentido es una novela como cualquier otra, pero también sé que muchos de esos lectores han sentido que se les reclamaba una participación mas activa que es lo que yo llamo en el libro el lector cómplice”, Julio Cortázar sobre el origen y el modo de lectura de Rayuela.
Cortázar lee a Cortázar: Los audiolibros o la entrada a la eternidad sin darse cuenta
A lo largo de los años, Cortázar grabó varios discos, vale decir “audiolibros”. Entre ellos “Cortázar lee a Cortázar” en 1966, “Voz de América Latina” en 1968 y “Cortázar por él mismo, un libro sonoro” en 1970. La variedad de los textos elegidos en los discos constituye una verdadera cápsula del tiempo en lo que a la obra de este autor argentino refiere. La posibilidad de escuchar sus textos narrados por él mismo con un toque de improvisación y una enorme cuota de diálogo imaginario que se completa cuando se le da play a los audios constituyen una fantástica aproximación a la obra de Cortázar para quienes continúan buscando cómo acercarse a él.
“La idea de grabar un disco de manera más o menos académica leyendo un texto tras otro con esa sensación de cosa muerta que dan los discos de escritores, no me gusta demasiado. En el fondo siempre es más interesante escuchar a un escritor si lo entrevistan en la radio, en la medida en que las pausas, las respiraciones, sus equivocaciones, constituyen una presencia más viva, más convincente”, Introducción del disco “Cortázar lee a Cortázar”.
Totalmente adelantado a su época, antes de comenzar a leer “Continuidad de los parques” del libro “Final del Juego” el autor aclara que las lecturas serán breves porque “los discos de los escritores se empiezan a escuchar con gran atención y respeto y nadie hace ruido al revolver el azúcar en el café pero al cabo de 4 ó 5 minutos el interés decae”.
Antes de llegar a nuestro propio final del juego que ha sido la escritura de estas palabras sobre uno de los maestros de las letras que dio el Siglo XX, permítanme mostrarles una de las genialidades que hacen que nuestro querido Julio permanezca hasta el fin de los tiempos acompañando a sus lectores.
En una de las pistas de los discos grabó “La subjetividad del tiempo” para que al darle play, esos imaginarios lectores, devenidos en oyentes, le escuchen decir: “Todo es distante y diferente y parece inconciliable y a la vez todo se da simultáneamente en este momento que todavía no existe para mí y que es sinembargo el momento en que usted escucha estas palabras que yo grabé en el pasado, es decir en un tiempo que para mí ahora es el futuro”.
Yo no entiendo demasiado de muchas cosas, pero si esto no les parece una hermosa manera de trascender el tiempo y no encuentran un minúsculo toque de magia, permítanme decirles que han fallado como Cronopios.