“¿Ese rollito es nuevo?”; “Yo, si tuviera el abdomen como vos, seguro me lo operaría”; “A mi ex le encantaba, ¿por qué a vos no?”. Seguramente, alguna vez, tu compañero sexual te manifestó algo similar. Quizá, vos también hiciste lo mismo con otras personas. ¿Cómo impactan nuestras palabras en el ámbito de la intimidad?
“Si tenemos responsabilidad afectiva con el otro y conocemos sus inseguridades, es importante no arrojar ´balas de sinceridad´ sobre su físico o comportamiento sexual. La intimidad es un acto de total vulnerabilidad”, opina la counsellor psicológica orientada en crisis vitales y sexuales, Georgina Bisio.
Si bien relacionamos al acto sexual exclusivamente con el lenguaje corporal, este también está muy sujeto a todo aquello que decimos. Las palabras con las que nos dirigimos hacia otra persona, durante un encuentro íntimo, pueden potenciarla o hacerle mucho daño.
Según el Consejo General de Colegios Médicos (CGCOM), las ofensas sexuales repercuten en nuestro autoconcepto y por ello, la baja autoestima sexual impide que disfrutemos de los encuentros íntimos.
“La crítica negativa no construye absolutamente nada. Cuando recibimos comentarios u opiniones descalificativas, inevitablemente nos vamos a sentir inseguros y limitados sobre la calidad de nuestra performance con el otro”, señala Bisio y refuerza: “Es un tema de empatía y de responsabilidad afectiva, pero no todos consiguen desarrollarla”.

La responsabilidad afectiva se trata de ser conscientes de que todos nuestros actos tienen una consecuencia sobre el otro y debemos hacernos cargo de ello. Esto no convierte a nadie en culpable, pero sí en responsable y con el deber de reparar aquello que tal vez dijo por error o se comentó desde el desconocimiento.
Hablando de desconocimiento, solemos caer en la torpeza de dar algún tipo de diagnóstico anticipado y expresar frases tales como: “¿ya vas a terminar? Es raro que alguien tan joven dure muy poco” o “no es normal que una mina acabe tantas veces seguidas”. También solemos meter la pata cuando señalamos algún que otro rollito nuevo o la flacidez de nuestro compañero sexual. Aún si lo hiciéramos en broma, no conocemos las heridas emocionales que nuestra pareja puede estar arrastrando con respecto a su imagen.
Por lo tanto, si no prestamos atención al diálogo sexual y tampoco nos preocupamos por enriquecerlo, la libertad y el deseo de experimentación de quien nos acompaña en la cama pueden empezar a limitarse. “Podemos romper la magia e incomodar mucho si no tenemos información sexual adecuada o si sacamos conclusiones anticipadas en voz alta”, afirma Georgina.
Por eso, “hay que saber diferenciar entre dos factores claves: lo que consumimos para entretenernos y lo que deberíamos consumir para informarnos”. La mayoría de las series que miramos y el contenido que consumimos en las redes sociales abundan de una “sexualidad maquillada”, donde el varón siempre erecta con facilidad y la mujer expresa placer a los gritos. Donde el activo dispone por naturaleza y el pasivo obedece a esa necesidad.
Entonces, encontramos cierto atractivo en la exposición indiscriminada de aquello que, se supone, sexualmente somos y sobre todas esas supuestas virtudes que poseemos en el terreno libidinoso. “Nos venden compulsivamente todo lo que podemos llegar a desear y más. Entonces, al confundir esa ficción con la realidad es que exigimos ´perfecciones´ a nuestra pareja sexual. Por eso, opinamos creyendo exigir normalidad”, argumenta la counsellor psicológica.

“La cama post sexo es el lugar de mayor vulnerabilidad para la pareja y se convierte inevitablemente en un escenario para la profundización de cualquier tema que surja, ya sean puntos de placer o formas de generarlo. En esos momentos surge, entre jugueteos y mimos, ese reencontrarse con el otro. Abrazarlo y, por qué no, hablar del cómo la pasaron minutos atrás”, desarrolla Georgina.
Por lo tanto, si no prestamos atención a nuestro diálogo sexual y no nos preocupamos por enriquecerlo, la libertad y el deseo de experimentación de nuestro compañero de cama pueden empezar a limitarse con el paso del tiempo. Para evitarlo, es importante no hacer apreciaciones físicas, salvo que estas sean positivas.
“Una vez concluido el acto sexual, y ya habiendo bajado el frenesí, volvemos al estado de vulnerabilidad donde puede afectarnos muchísimo cualquier valoración negativa sobre nuestro cuerpo o nuestro desempeño durante el sexo”, comparte Georgina. Además, expresa que cualquier cosa que preguntemos desde el desconocimiento: simetría de los senos, sonidos que emiten, cuestionar texturas del fluido vaginal, “hará dudar a nuestra pareja sobre su naturaleza y la llevará, posiblemente, a compararse con otros”.
Entonces, por un lado tenemos a aquel que señala un defecto y, por el otro, a quien lo recibe para hacerlo propio. ¿Quién tiene el problema? Aparentemente, ambos serían víctimas y, a su vez, responsables de algún tipo de dolor: tanto el señalado por sus defectos como quien hiere desde un desconocimiento o vacío emocional. Todo esto, por supuesto, potenciado por la mala comunicación.
Eugenia Moscarello, terapeuta holística y coach emocional, opina al respecto: “Si alguien necesita decirme lo gordo que estoy, es un problema del otro. Pero si eso me duele es porque está moviendo cosas propias mías: baja autoestima y poco autorespeto. También me indica que, el estar mal conmigo mismo, me lleva a elegir a alguien que no me hace bien”.
LA SEXUALIDAD ON DEMAND
La sociedad actual, desde los cánones de belleza estereotipados, pretende hacernos creer – erróneamente – que cuanto más hegemónico sea nuestro cuerpo, más y mejor sexo conseguiremos. Esto nos afecta de manera directa si tenemos baja autoestima y nos convierte en la víctima dentro de una relación sin responsabilidades afectivas.
Por otra parte, Eugenia cree que quienes tienden a verbalizar en voz alta los defectos de su pareja, suelen “no conocerse, por lo que no saben lo que quieren y exigen cosas que ni siquiera ellos mismos podrían darse”.
En este sentido, un estudio reciente de The Journal of Sex Research, sobre la comunicación y el sexo, concluyó en que las personas con altos niveles de autoconocimiento son menos propensas a evaluar negativamente a su pareja de cama y pueden encarar una comunicación íntima con mayor asertividad.
“Para tener una comunicación asertiva con mi pareja, primero necesito tenerla conmigo mismo. Entender qué me pasa, cómo estoy y qué es lo que necesito resolver”, refuerza Eugenia. A partir de esto comprendemos que, generalmente, las personas que hacen valoraciones negativas sobre el cuerpo o comportamiento de su pareja suelen ser carentes emocionalmente e inconscientes de ello. Gracias a esto, desestabilizan la autoestima sexual de quien los acompaña.
Cuando tenemos la autoestima sexual baja, empezamos a rechazar nuestro cuerpo y a tenerle miedo a la intimidad. También interpretamos las frustraciones sexuales de nuestro amante como un rechazo hacia nuestro cuerpo. Según Eugenia, los rechazos que percibimos del otro son “un reflejo de algo que tenemos que trabajar con nosotros mismos”.
ENTONCES… ¿QUÉ SÍ DECIMOS EN LA CAMA?
La counsellor psicológica Georgina Bisio manifiesta que solemos caer en conclusiones apresuradas “basadas en nuestro nivel de autoestima sexual y nos culpamos”. Pensamos que el otro no erecta porque ya no le gustamos como antes. “No entendemos que puede haber un problema de trasfondo, por lo que lo ideal es generar espacios de diálogo para despejar dudas”.
Por eso, es importante que la calidad de comunicación verbal sea óptima, abierta y en confianza. No mentir, pero tampoco herir. Ser asertivo. “Debemos dialogar mucho, reforzar todo aquello que nos gusta del otro. Hacérselo saber”, propone Bisio y aconseja poner en práctica las leyes de la buena crítica.
Si hay algo que nos incomoda en el comportamiento sexual de nuestra pareja, siempre y cuando no sea algún descalificativo físico, debemos expresarla pero proponiendo una solución alternativa que la compense. “De esta manera, generamos una comunicación equilibrada y funcional que no afectará la autoestima del otro, y permitirá también la expresión de nuestras necesidades. Así, demostramos que no solo tenemos una crítica bajo el brazo, sino que también queremos ser parte de la solución”, concluye Georgina.
Cuando buscamos enriquecer el lenguaje sexual de nuestra relación, nos adentramos a explorar al otro, pero también iniciamos un camino hacia nosotros mismos: conocer aquello que podemos dar, lo que debemos callar; lo que anhelamos recibir. En conclusión, el buen diálogo sexual se consigue desde el autoconocimiento, de estar bien informado, de abrirnos a empatizar. De proponernos responsabilidad afectiva.