
Las redes sociales son un espacio de convivencia y experiencia para los usuarios en el cual se integran e identifican con ideas, valores o movimientos. La reproducción de las imágenes de los medios digitales son también mensajes que se expanden hacia millones de usuarios y en el cual los algoritmos insisten con modelos de referencia.
Por un lado, interpelan a los usuarios para que sean libres, espontáneos y para que se muestren tal cual son, pero al mismo tiempo clasifican y valoran a sus cuerpos, que están en constante exposición. Los medios virtuales establecen lo que la sociedad mide como aceptable y deseable, ese es su negocio, y todo aquello que salga de ese molde sería “imperfecto”; digno de aplaudir por la valentía de “animarse”.
¿Animarse a qué? ¿A mostrarse tal cual son? ¿A ser personas reales? Sí.
Hoy en día, la supremacía de los filtros con retoques que alisan la piel, la vuelven luminosa, colocan botox en labios, resaltan pómulos y afinan la nariz, parecen ser la nueva “realidad”. Seguramente, la primera vez que probaste uno de esos tentadores e “inofensivos” filtros te reíste, te asombraste, lo compartiste y hasta te viste más “instagrameable”. ¿Para quién?
Con el auge y el uso de los filtros quizás empezaste a verte más agraciada/o, y poco tiempo después cada foto o video no podía publicarse sin alguno de ellos. Pero ¿por qué te ves mejor con filtros? Porque establecen una línea de lo que es hegemónico: cuerpos o rostros impolutos, con piel aterciopelada, que aparentan juventud y bienestar. Es por ello que su uso modificó también tu autopercepción.
La autopercepción la comprendemos como nuestro concepto mental de quiénes somos tanto física como psicológicamente. Puede cambiar con el bombardeo de imágenes y estereotipos establecidos en cada época. La valoración de nuestro cuerpo y de nuestro ser muchas veces se ve invadida por las grandes industrias que buscan sus propios beneficios (cirugías, fármacos, maquillajes, centros de estética, entre otros).
Es indispensable poder ser críticos e intervenir en estos espacios, que pueden poner a prueba la autoestima de sus consumidores, en su mayoría adolescentes y jóvenes. Es preciso dimensionar el daño que puede provocar en sus subjetividades, desdibujándolos y confrontándolos con estándares a alcanzar.
Entonces, ¿editarnos es un engaño? Sí, es una imagen digitalizada, enmarcada en un canon de belleza a tan solo un click de distancia. A la larga, pueden provocar distorsiones en nuestra percepción. Con el tiempo, esas distorsiones pueden traer aparejadas diferentes trastornos, inseguridades y dificultades a la hora de vincularnos con nosotros mismos y con los demás.
Nos identificamos con nuestro entorno, con personas significativas que nos rodean, con las que admiramos, con los movimientos a los que alentamos. Que nuestra autoestima sea congruente con la realidad nos beneficia para crear interacciones sanas, ser emocionalmente fuertes, valorarnos y aceptarnos. Si aquello que se percibe como realidad no nos conforma siempre tenemos la opción de trabajar en ello para mejorarlo, nuestro crecimiento personal es único y propio.
La verdadera problemática aparece cuando la identificación es una ficción; la validación la mediatiza un filtro; y formamos parte de una encrucijada entre las industrias y el sistema, donde priman los ideales de belleza, poder y éxito, que nos desdibujan como sujetos únicos y nos alinean como objetos a clasificar.
Lejos de demonizar los filtros, conocer las dos caras de la misma moneda resulta útil para que la brecha entre lo que es verdadero y aquello “instagrameable” comience a ser menos lejana. Porque los medios de comunicación no deberían tener poder sobre nuestra autopercepción para hacernos daño.
Por Lic. Erica Gatica (@lic.ericagatica)
Mat. 66923