Por Alfonsina Carissimo
Suena la alarma. Es un lunes gris a las ocho de la mañana. Hoy el verano prefirió esconderse. Es uno de esos días en los que levantarse cuesta el triple. Evangelina se despierta y se mueve – medio despierta, medio dormida – hacia la cocina, porque si no desayuna, su día no comienza. Se acerca un lunes atareado, como cada lunes desde el comienzo de la pandemia.
El desayuno es rápido porque hay muchas tareas de la casa para hacer. Quedó la pila de la ropa sucia del fin de semana. Quedaron platos de anoche por lavar. Si bien las ganas de comenzar el día son pocas, este es el mejor momento: cuando las nenas duermen. Es uno de los pocos – o el único – horario en el que se encuentra sola. Ella y sus pensamientos.
Mensaje.
Es la directora de la Escuela. Ya no está sola con sus pensamientos. Esta tarde tienen reunión. Previo a eso, necesita un informe sobre un niño del que la familia no da noticias desde hace un tiempo. Al comienzo de la pandemia, la mayoría de los alumnos participaban de las clases y entregaban sus tareas. Ya no.
Evangelina Punte es maestra de primer grado en la Escuela Primaria N°1 de San Antonio de Areco. Además de ser docente, es mamá de Malena, de siete años, y de Mora, de dos. Las maestras de primer grado tienen una tarea muy específica que, con el contexto en el que se encuentra el país, se dificultó: acompañar la alfabetización de sus alumnos.
Mensaje.
Los papás del grupo también se despertaron. Audio. Audio. Audio. Foto. Evangelina graba un video en modo de «tutorial» para explicarle a una abuela que le consultó de qué manera podía explicarle los números a su nieto. Enviar. Chequea su casilla de mail y nota que le quedó pendiente un correo para responder del viernes. “Buenos días, perdón la demora. Son días difíciles…”.
Se despiertan las nenas. Ellas tampoco comienzan el día sin su desayuno. Evangelina vacía la mesa y prepara el segundo desayuno del día. Busca lugar para sus cuadernillos y aprovecha para acomodar un poco el comedor. «¡Má, quiero más!«. Con una mano agarra su teléfono para responder una llamada y con el otro le sirve la segunda taza de leche a Malena.
“¡El mail!”. Deja de atender a las nenas en la mesa y termina de contestar el correo que tenía pendiente. Mora la llama. “Mamá está en casa pero también tiene que trabajar”, le dice. O piensa. Porque, sin embargo, la ayuda a tomar su desayuno. Con Malena es un poco más fácil porque no requiere su atención todo el día, pero cargar a Mora y trabajar a la vez muchas veces se torna complicado.
Los horarios laborales ya no existen; la mesa del comedor se convirtió en el escritorio de los docentes; sus habitaciones en las nuevas aulas; el llanto de sus hijos en la música de fondo de las clases. Su vida, que antes era ajena al espacio físico de la escuela, ya no lo es.
A la hora del almuerzo, Evangelina está pendiente al teléfono porque espera una llamada de una de las orientadoras de la Escuela por el caso de un niño con una situación problemática. Otra vez, cada una de sus manos realiza tareas completamente diferentes.
Llegó la hora de hacer de maestra / mamá. Malena necesita ayuda para conectarse a su clase en Zoom. Cuando comienza, es muy importante que Mora esté entretenida. Aunque le cueste, Evangelina quiere que la casa esté en paz ese ratito en el que su hija mayor está en clase.
Luego del almuerzo, se comunica con el grupo de padres. Sólo unos pocos responden. Otros le hacen consultas por privado. Explica por qué hoy no pudo hacer una clase por videollamada: sólo logra hacerlas cuando su marido está en casa para cuidar – y entretener – a las nenas.
«Maaaaaa«, grita Malena. Quiere que Evangelina se lleve a Mora porque llora. Cuando logra calmarla, aprovecha para hacer con ella las actividades que le envían desde el maternal. El trabajo de mamá / maestra nunca termina.
Afuera parece que salió el sol, pero Evangelina recién lo nota. Tuvo que colgar un lavado de ropa, comenzar otro y atender un llamado del trabajo. Las nenas le piden salir. Ellas disfrutan mucho ese momento del día, y su mamá también. Las tres se ponen su barbijo y salen a la vereda. Sólo eso basta para darle luz a su día: un poco de cielo entre tanta pantalla.
Llega la noche. Evangelina acuesta a las nenas y apaga, una por una, las luces de la casa. Silencio sepulcral. Llegó el momento tan esperado: el fin de la jornada laboral. El peso de su cuerpo cae junto al peso de todo el trabajo que realizó en el día. Acostada en su cama, siente que pestañea por primera vez en el día. Sus ojos también le pesan. Está a punto de dormirse cuando…
Mensaje.