
En 1995 Marcelo Piñeyro y Aida Bortnik volvieron a reunirse en un nuevo proyecto fílmico. “Tango Feroz” y sus más de un millón ochocientos mil espectadores habían quedado atrás. En esa Argentina de una flamante democracia recuperada, de una vez y para siempre, transcurrió la historia de José, un viejo anarquista, y Pedro, un joven yuppie fundamentalista de la oficina. “Caballos Salvajes” llevó a las salas a más de un millón de espectadores que gritaron junto a Héctor Alterio: “La puta que vale la pena estar vivo”.
A 25 años de su estreno, charlamos con Leonardo Sbaraglia para conocer los secretos de la película y entender por qué, un cuarto de siglo después, «Caballos Salvajes» mantiene la fuerza de su origen.
Por Sebastián Romero
José (Héctor Alterio) es un anarquista al que le estafaron 15.344 dólares. Pedro (Leonardo Sbaraglia) es un joven ejecutivo que trabaja en una financiera. No deberían cruzarse, pero se encuentran cuando José decide apostar su propia vida para recuperar el dinero.
Lo que sigue es una secuencia rápida en una oficina donde aparece medio millón de dólares que, como Pedro, no deberían estar ahí. Todo el dinero pasa a un bolso, el “asaltante” se convierte en rehén de su propia víctima, que lo convence de escapar de ahí con la única finalidad de salvarle la vida.
Los insólitos compañeros emprenderán una huida improvisada que cambiará para siempre el rumbo de sus vidas.

El Monologo de Pedro: “Yo estaba viviendo una buena vida, era mi vida”
En un hotel de la ruta escuchan las noticias. Pedro decide llamar a su jefe y explicarle que no le interesa el dinero, que sólo quiso salvar al viejo que estaba a punto de apretar el gatillo y acabar con su vida. Esa llamada es el primer encuentro con el mundo real. Su jefe, “su pareja de tenis” no lo deja hablar y dice: “Estás muerto Pedrito”.
«Es interesante ese texto porque ese es el momento del derrumbe de Pedro. Es cuando él pega en esa pared como queriendo pegarle a José y derrumbado empieza el reproche:
“¿Y si nunca puedo volver y si se terminó todo, si se cerró la puerta y te quedaste afuera? Me importa un carajo si era mentira, me importa un carajo si el sistema es tan corrupto como usted dice. ¡Me importa un carajo si usted tiene razón o si ellos tienen razón! ¡Era mi vida la que estaba viviendo y era una buena vida la que estaba viviendo!”
Tiene que ver con esa parte de Pedro que todavía obedece al sistema. Nace desde un lugar suyo que también es legítimo; porque él tenía una vida, a él lo habían construido para que ese sea su modelo de felicidad. Entonces, cuando su modelo de felicidad ‘implantado’ se cae, él se angustia porque deja de tener esa zanahoria adelante. Entonces, comienza a preguntarse: ‘¿Cómo es el mundo ahora que ya no tengo adelante el que me construyeron? ¿Qué me queda adelante sino un desierto árido?‘. Ahí es donde él empieza a humanizarse«, cuenta Sbaraglia.

– Esa escena también marcó un cambio en José, a partir de ahí va dejando entrar, muy de a poco, a Pedro en su vida.
– Porque José viene a traer un legado que se había perdido. Que tenía que ver con su hijo, que lo habían desaparecido. Es un legado, una trasmisión de generación que en la Argentina se había perdido por los 30.000 desaparecidos. De alguna manera, la película también es una metáfora de eso.
Declaración en video: “El hombre arriesga cuando elige y eso lo hace libre”
Otra de las escenas más memorables del film, protagonizada por Héctor Alterio, es su monólogo donde recita el texto de “Los bajos fondos” de Máximo Gorki.
“Un hombre puede creer o no creer, eso es cosa suya. Porque es su propia vida la que apuesta por la fe, la incredulidad, el amor y la inteligencia. Y no hay sobre la Tierra otra verdad más grande para el espíritu humano que esta gloriosa y humilde condición”.
Sobre esta secuencia y su fuerza dramática, Sbaraglia, explica: “Todo lo que hay debajo de la carcasa del personaje de Pedro es un niño. Un niño que empieza a descubrir un nuevo mundo. En ese momento empiezan a aparecer caras de ingenuidad, de descubrir, de entusiasmo. Él empieza a descubrir que otro mundo es posible; un mundo maravilloso que tiene que ver con la solidaridad, con el compañerismo. Lo que pasa es que él lo vive todavía desde un lugar casi infantil, es como si fuera un chico que está descubriendo un mundo”.
La música de la película: la tercera co-protagonista
La musicalidad es una marca registrada de las películas de Marcelo Piñeyro. Así como su ópera prima tuvo “El amor es más fuerte”; “Algún lugar encontraré” es el imaginario popular “la canción de Caballos Salvajes”. La banda sonora de la película además incluyó “En el país de la libertad” de León Gieco y “Sin documentos” de Calamaro.
“Algún lugar encontraré” fue compuesta especialmente para la película. Sobre la canción, Sbaraglia cuenta que Andrés Calamaro viajó al sur, donde el elenco estaba filmando y después de una cena, el compositor mostró una maqueta del tema que, en palabras de Sbaraglia: “Nos volvió locos”.
Las secuencias musicales, además de marcar el ritmo del film – mezcla de western urbano y road movie argenta – carga de una emocionalidad única la historia de “Los indomables”.
-¿Qué recuerdo tenés de las escenas musicales?
– Recuerdo, sobre todo, lo que fue la preparación de las escenas; el tema de la guerra civil, por ejemplo, cuando cantan: “Cuándo querrá el Dios del cielo, que la tortilla se vuelva. Que la tortilla se vuelva que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda”.
Pedro empieza a darse cuenta de toda esa vitalidad, de ese mundo que tiene que ver con un legado que este viejo le empieza a dejar. Que es un legado que en Argentina se había perdido; hacía diez años que estábamos en democracia y diez años antes había sido Argentina una tierra arrasada con miles de muertos. Muertos muy particulares, que podrían haber sido los padres de Pedro.
Empieza en ese momento en la Argentina a construirse, otra vez, esa red y los viejos justamente que habían tenido un pasado ideológico, de lucha, como era el personaje de José que era Anarquista y que tenía que ver con valores que se habían intentado asesinar en la argentina. Entonces, a Pedro empieza a metérsele en el cuerpo esa alegría del compañerismo. Y es muy hermoso, los valores que tiene la película son muy hermosos.

La película está siendo remasterizada; la gente la va a poder disfrutar en una versión digitalizada. Yo creo que va a ser como una manera de reencuentro. Hay una gran cantidad de gente de 25 años para abajo que nunca escucharon nombrar la película. Creo que se puede llegar a instalar otra vez esa posibilidad y que la gente disfrute. Es una película que envejeció bien”.
– ¿Cuándo fue la última vez que viste la película?
– La vi hace cuatro años y la vi muy bien, la disfruté otra vez. La vi justamente con unos chicos con los que yo estaba trabajando que no la habían visto y la disfrutaron mucho. Ojalá que la película se reestrene y que la gente la pueda disfrutar en Netflix, en Amazon, o donde sea. Yo tengo una copia de un DVD que se había vendido en una época en España que compré en el 2000.
La película se rodó en 12 semanas en un sistema de cámaras maravillosas y un formato de 16:9; la imagen era la de un western, era extraordinaria. Era otra época, se tardaba mucho más en filmar, pero es una película que espero que se transforme en un clásico. Se tiene que volver a instalar.
– Si te pido un recuerdo de Caballos Salvajes, algo que haya pasado y que guardes hasta el día de hoy, ¿qué me contarías?
– Lo conté muchas veces, pero fue hermoso. Yo no había visto “La Tregua”, película por la cual Héctor Alterio se había transformado en un actor muy reconocido en la Argentina. Después de esa película se tuvo que ir de Argentina porque fue amenazado por la Triple A.
Pedí verla porque teníamos dos o tres horas de recreo durante la filmación y había una camioneta donde había un VHS y la película se podía ver. La empecé a ver y le dije a Héctor “venite a verla con nosotros” y me dice “no, dejame de joder” y él iba y venía estaba con los anteojos negros que usaba en la película, y cada tanto se asomaba por la puerta.
La estábamos viendo en una especie de Van que se abrían las puertas de costado, y Héctor de vez en cuando venía y pispeaba. Se bajaba los anteojos y miraba por arriba. En un momento veo que se quedó un ratito más mirando desde el costado y ví que se le caían las lágrimas. Podía ver por debajo de los anteojos oscuros cómo estaba llorando. En esa escena que yo viví en la van estaban condensadas muchas cosas. Mi mirada sobre él, sobre un tipo que había tenido que exiliarse porque lo habían amenazado de muerte, que casi no había podido volver a su país que ya prácticamente era la primera película que él hacía después del exilio. Estaba de alguna manera reencontrándose y con los significados propios de la película. Esa relación entre Pedro y José, esa relación entre Leo y Héctor. Poder estar viendo una película como «La Tregua«, maravillosa, y poder estar viéndolo a él mirando esa película, mirando parte de su pasado y al mismo tiempo muy conmovido fue algo muy precioso.
