Para quienes estudiamos las Letras desde sus distintas perspectivas (la literaria, la lingüística, la sociolingüística, la teórica, la pedagógica, etc.), casi podría decirse que ya no nos es posible leer una obra literaria sin pensar o sin reflexionar sobre los diferentes conceptos y participantes involucrados en el llamado “hecho literario”.
Es difícil pensar que para muchas y muchos de nosotros exista, desde una aproximación personal, una forma de abordar la literatura que no contemple, por ejemplo: el uso de ciertas figuras retóricas; la disposición sintáctica; la elección de determinadas palabras; la idea filosófica, política, cultural o social que subyace en el relato; la estructura narrativa; el género literario; el tono; el ritmo; etc. El placer y el gusto lector se transforman, y lingüistas, críticas/os, investigadoras/es, docentes, construimos un camino de lectura enmarcado, generalmente, por aspectos que se relacionan, en menor o mayor medida, con estas cuestiones que son, sin dudas, las que gratifican y apasionan a quienes trabajamos en estos rubros. No se puede evitar, con todo, cierta añoranza de algún otro tiempo en que agarrar un libro significaba otras cosas y leer, posiblemente, también.
Ahora bien, es un hecho bien probado que las y los lectores no son únicamente quienes se abocan al estudio de las Letras; el ejercicio lector y el placer por la lectura pueden surgir en cualquier persona, a cualquier edad y en cualquier contexto. Por supuesto, no puede pensarse que todas las personas vivan bajo las mismas circunstancias ni que gocen de los mismos privilegios, y muchas veces tener al alcance un libro, o tener la posibilidad de acceder a un libro, o despertar la curiosidad lectora, depende y se relaciona con factores culturales y sociales externos a la actividad de lectura. Fomentar ese impulso inicial, esa curiosidad primaria, es una tarea que muchos y muchas docentes de Literatura privilegiamos en clases y para nuestro trabajo. ¿Por qué poner en valor a los libros y a la literatura?

La profesora, escritora y filósofa, Simone de Beauvoir, se expresaba de la siguiente manera en su aporte a Para qué sirve la literatura (1966):
«(…) Kafka, Balzac, Robbe-Grillet, me solicitan, me convencen para que me instale, al menos por un momento, en el corazón de otro mundo. Y ese es el milagro de la literatura, y lo que la distingue de la información: hay otra verdad, que se convierte en la mía sin dejar de ser otra. Abdico de mi ‘yo’ a favor del que habla. Y sin embargo sigo siendo yo misma«.
(de Beauvoir, 1966, pág 74)
Que una historia, sea cual sea, nos permita: conocer otras vidas; otras formas de vivir; otras formas de pensar; otros cotidianos; otros paisajes; otros espacios; otros tiempos; otras formas de percibir lo bello y lo horrible; otras maneras de ser felices e infelices. Que una historia, sea cual sea, nos permita: sentir el asco del mundo; conocer los márgenes y a las y los marginados; conocer otras formas de sentir vergüenza, odio y furia; entender el razonar de los personajes más siniestros; querer llorar de tristeza; tener miedo. Que una historia, sea cual sea, nos permita: reír a carcajadas; querer que exista un final feliz; conocer el amor de otras, de otros; sentir empatía; tener esperanza.
Estas son tan solo algunas de las posibilidades de la literatura, y todas comparten algo: el poder de dialogar siempre con otras – y más – posibilidades. El entramado de sentidos, percepciones y representaciones que lectoras y lectores construimos con cada historia, se pondrá siempre en diálogo con otras historias y con otras lectoras y lectores. El aporte de sentido, igualmente, no podrá ser nunca comparado (al menos en mi opinión) con la satisfacción y la impagable felicidad que sentimos al terminar de leer una buena historia. Por esto – pero no únicamente por esto -, en el día del libro quiero decir: lean y siempre anímense a leer más;
lean lo que quieran, hagan caso omiso a cánones y academias;
lean en el bondi y en la cama y en la mesa;
lean con enojo;
lean en papel o desde el celular;
lean nacional y latinoamericano;
lean clásicos y universales;
lean la historia que escribió ese amigo, esa amiga;
lean teatro;
lean poesía;
lean con lágrimas;
lean con entusiasmo;
lean para recordar;
lean de la biblioteca;
lean en el pasto;
lean con pasión asfixiante;
lean hasta que la palabra “lean” sea demasiado evidente;
lean para construir presente;
lean para sentirse vivas y vivos.
Y como digo siempre: lean para ser felices, no importa cuándo leas esto.