Nos piden que aguantemos.
Desde siempre. Todo el tiempo.
Esa ética aguantadora que te pide y te pide y nunca te da nada.
Esa cultura del aguante que divide para reinar y lastima para perdurar.
Estamos diagramados para decidir y elegir cercados por discursos identitarios que se empecinan en crear un nosotros y un ellos desde que somos chicos.
Nuestra familia es la primera sociedad a la que pertenecemos. A veces nos cuida, y a veces no tanto.
Conocemos el rechazo desde jardín de infantes. Se empeñan en inculcarnos y enseñarnos el bien y el mal. Les gusta ponernos rótulos y etiquetas. Se expulsa lo diferente, a lo que escapa de la norma. Las cosas que nos atraviesan y hacen temblar nuestro sistema de ideas y de creencias nos empiezan a moldear. Peleamos por aceptarnos como somos.
Peleamos por aceptar el mundo que nos rodea y nos empecinamos en pensar que nada nos va a cambiar cuando alrededor todo cambia.
Está bien que no seamos los de antes, en definitiva, cada uno se arma el personajito que puede para salir a enfrentar la vida.
Esta bien no poder con todo y dejarte vencer, esta bien alejarte para acercarte a vos mismo. En definitiva, ¿quién te puede juzgar por intentar preservarte?