Hay obras que no se ven, se sienten vibrar en algún rincón interno. Esta propuesta es una de ellas.
Ana, una joven de 14 años que atraviesa la frontera invisible entre la niñez y la adultez. En ese paso, el mundo se vuelve ruidoso, agobia el calor y molesta el vociferante zumbido de una plaga de langostas.
“Que cada espectador interprete cuáles son sus langostas. Porque están y amenazan. Aparecen cuando hay falta, cuando hay sequía y cuando hay injusticias”, propone Alicia Dolinsky, autora y directora.

La obra, dirigida con sutileza, propone una lectura poética sobre el crecimiento, la identidad y el peso de lo heredado. Ana se indispone por primera vez y, con ese hecho biológico, se abre también la puerta simbólica de lo femenino. El cuerpo cambia, el entorno opina, y el ruido social se cuela por cada grieta.
En escena, la iluminación funciona como una rítmica respiración. Las luces blancas y puras del inicio contrastan con los destellos más densos y rojizos del desarrollo, acompañando la tensión entre inocencia y despertar.
“El mundo femenino está lleno de cuentos que nos contaron las abuelas y de enseñanzas de miedos, y creencias ancestrales. También está hecho de promesas y suposiciones a develar, de ternura y violencia”,
Alicia Dolinsky.
El diseño sonoro refuerza esa incomodidad: las langostas (invasivas e inevitables) son también las voces del afuera, las que juzgan, las que exigen… Las que no paran. Las de aquel mundo roto, vertiginoso, apresurado y climáticamente devastado.
Ese mundo que vibra en la piel de Ana, intentando penetrarla, para dificultar en ella el poder escucharse a sí misma. ¿Les pasó alguna vez?
La directora manifiesta: “Ser mujer es hacerse cargo del valor que significa respetar la vida y tomar decisiones propias. Sin repetir los mandatos ancestrales que se encuentran en todas las familias”.

La obra transita, además, un universo simbólico de linajes: madres, hijas, abuelas. En los gestos y silencios se percibe cómo el amor entre mujeres puede ser refugio, pero también herencia de mandatos. “Los hombres escribieron la historia y nosotras tratamos de entender el margen”, pareciera proponer la obra en cada escena.
El elenco se compone de diversidad de edades, la fuerza y búsqueda de la juventud, la adultez con su análisis de consecuencias y la voz de la reflexión de las personas mayores. Este mixeo etario vuelve creíble todo el argumento del montaje.
Además, el amor es parte fundamental del relato. Sí, esta propuesta también se hace un lugar para expresar el poder que este sentimiento tiene sobre los vínculos, la humanidad y el medio ambiente.

Si quieren experimentar este semillero de reflexiones, se están presentando todos los jueves de octubre y el primer jueves de noviembre a las 20:30 en el teatro El Popular (Chile 2080, CABA).
«Ana y las langostas» es una pieza sobre los cuerpos que despiertan y las mentes que no descansan. Sobre la necesidad de hacer silencio para oír la propia voz, incluso cuando el mundo zumba.
Es, también, una obra sobre la ternura como resistencia. “El tesoro de Ana y las langostas es el amor, es el despertar del ensueño y desdramatizar el dolor. Es animarse a no repetir para crear la propia realidad y plantar semillas nuevas”, concluye la directora.
Ficha técnica
Obra: Ana y las langostas
Teatro: Teatro El Popular
Directora y autora: Alicia Dolinsky
Elenco: Ruth Aronsohn, Cynthia Judith Att, Lautaro Barani, Alberto Ivern, Iara Lombardi, Laura Mondino, Sofía Victoria Peña.
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