ENTREVISTAS teatro

Titto Valdez y la emoción detrás de «Arrecife Estelar»: una fábula para chicos (y grandes)

¿Qué pasa cuando una despedida se convierte en una obra de teatro? ¿Qué nace cuando la distancia entre dos hermanos se transforma en una aventura musical para niños… Y también para grandes? En Arrecife Estelar, el actor, dramaturgo y director Titto Valdez lleva al escenario su historia más íntima: la separación forzada de su hermana menor tras emigrar de Venezuela, y el reencuentro seis años después, contado como una fábula ecológica llena de color, canciones, títeres y conciencia ambiental.

Con funciones los sábados a las 18 en El Método Kairós, Arrecife Estelar nos invita a sumergirnos en un mundo marino que está en peligro. Un universo fantástico donde Otto y Lucy, dos hermanos que vivían juntos bajo el mar, deben separarse para sobrevivir: ella es enviada a la Luna, él queda atrapado en un océano envenenado por la contaminación. Desde ahí nace la travesía doble: recuperar los arrecifes, reencontrarse, reconstruir.

La obra no solo entretiene y emociona, también visibiliza un tipo de amor poco narrado: el amor entre hermanos. Y lo hace sin solemnidad ni moraleja, sino con belleza, humor y una apuesta visual atrapante. En esta entrevista, Titto repasa para Minúscula cómo nació la obra, cómo fue actuar su propia historia, y qué sintió cuando — finalmente — su hermana estuvo ahí, sentada en la platea.


– ¿Cómo surgió la idea de contar esta historia en clave de musical y de infantil?

– Yo me fui de Venezuela en 2017 y dejé allá a mi hermanita chiquita. Ella tenía 6 años, y para mí, como hermano mayor, era lo más grande que tenía. Fue muy difícil dejar mi vida atrás, pero sobre todo dejarla a ella. Ese último mes antes de viajar, ella se mudó directamente a mi habitación con sus peluches, con sus cosas. Inconscientemente, ya sabía que me iba. Los nenes no entienden mucho esto del tiempo ni de extrañar, simplemente sienten lo que les pasa en el momento. Pero ella ya tenía ese miedo de que me iba, sin saber cuándo iba a volver — o si iba a volver —.

Me fui a Montevideo y ahí empecé a sentir el desapego, a extrañar. A entender lo que duelen las fechas importantes cuando no estás, todo lo que te perdés. Cómo crece una persona que estuvo con vos desde que nació y de repente ya no la ves al día siguiente, y no sabés cuándo van a volver a estar juntos.

En ese trance empecé a escribir muchas cosas tristes. Quería escribirle un cuento. Dije: “Voy a escribir todo lo que estoy sintiendo en este momento, como si fuera ella la que está hablando. Como si fuera ella la que me está extrañando a mí”. Cuando lo leía decía: “Esto es muy triste”. No podía imaginarme dándole eso cuando nos reencontráramos.

Entonces empecé a llevarlo hacia el infantil. Como ella era chiquita, empecé a recrear esos mundos que metafóricamente representaban la distancia entre nosotros. Venezuela y Argentina se convirtieron en el mar y la luna. Y ahí surgieron dos mundos distintos. ¿Qué criaturas viven en el mar? ¿Qué criaturas viven en la luna?

Después apareció el ogro del mar, que es el villano. Representa todas las trabas, todo lo que me hizo irme de mi país. Es lo que nos separó. Como en todo cuento infantil, hay un villano, una bruja, un mago. Esta historia también necesitaba uno, y ahí nació el ogro.

A nosotros nos encanta el mar. Siempre íbamos a la playa cuando éramos más chicos, y era nuestro lugar favorito. Entonces la obra tenía que tener un mensaje además del reencuentro de los hermanos. Las obras infantiles necesitan transmitir algo, llegar a los niños con un mensaje educativo. Y ahí quise tocar el tema de la contaminación del mar. Se habla mucho de la contaminación de los bosques, de la tala de árboles, pero no tanto del océano, y tiene la misma importancia. En la historia, el ogro del mar contamina el océano: se mueren los arrecifes, los corales, las especies marinas tienen que huir a otras corrientes más limpias. Eso pasa en la vida real, y casi nadie lo cuenta.

A partir de eso, empezamos a incluir datos reales: el porcentaje de agua en el planeta, cómo se contamina el mar, qué hacen los humanos, los barcos pesqueros, las redes, los químicos. Todo eso empezó a armar el conflicto de la historia. En el medio de la búsqueda de los hermanos —ella está en la luna, él quedó atrapado en el océano— el conflicto es ese: limpiar el mar, recuperar los arrecifes, salvar a los animales para que el ogro ya no tenga opciones y se tenga que ir. Así ella puede volver al agua limpia.

Eso es un poco lo que nació en esta historia. Y yo, como fan de los musicales, quería que fuera un musical. Así que saqué esos textos tristes y los convertí en canciones. Si prestás atención, las canciones son tristes. Están disfrazadas de fantasía, pero tienen ese trasfondo: fueron escritas con ese dolor, que se fue transformando en alegría, en juego, en música.Las canciones las hizo Pablo Flores Torres, que es un amigo y un capo de la comedia musical. Yo escribí las letras y él compuso la música. Hicimos siete canciones.

Además, todos los vestuarios que usamos en la obra están hechos con materiales reciclados: plásticos, vestuarios ya usados, botones. Absolutamente todo. Un poco para que los chicos puedan ver reflejado en escena de lo que estamos hablando: el reciclaje, el cuidado del océano.

Pero por sobre todo, la obra lleva un mensaje de amor, de esperanza, de hermandad. Se habla mucho del amor de pareja, del amor entre amigos, pero todavía falta visibilizar más el amor entre hermanos. Y creo que en esta obra ese es el centro sentimental: el amor de hermanos. Cómo se extrañan cuando se separan. El reencuentro. La canción que cantan, que se ve que están separados, que no están juntos en ese momento, pero igual cantan uno desde el agua y la otra desde la luna, viajando para reencontrarse. Así nació Arrecife Estelar.

– Otra de las cosas que pasan en la obra es que los actores y actrices interactúan con marionetas y títeres.

– Sí, eso fue hermoso de crear. Todo el mundo infantil que aparece en escena lo construimos con mucha dedicación, y también con voces en off. Por ejemplo, cuando Otto —el protagonista— encuentra a su amigo atado en unas redes de pesca, él está en un cementerio de corales. Es decir, todo el lugar está contaminado, los corales están muriendo. Teníamos que contar eso de una forma clara, accesible para los chicos, sin perder la poesía.

Ahí aparece el personaje del coral, que es un títere, y que llega para reflexionar. Habla sobre por qué se contaminan los corales, cuál es el daño que hacemos los humanos, y qué deberíamos hacer como sociedad. Después aparece la almeja, que tiene un rol muy particular. Es como una mensajera del villano: lo protege, pero también duda. No sabe bien cómo actuar, está atrapada entre lo que quiere y lo que puede hacer. Entonces, en lo que puede ayudar, ayuda.

Y son todas criaturas del mar. Me gustó mucho usar ese recurso, traer títeres que representen a estos personajes tan increíbles. Pero además, yo quería incorporar a una ballena. No sabía cómo iba a hacerlo, no tenía claro el cómo… pero sí sabía el por qué. La ballena representa muchas cosas: coraje, alegría, armonía. Y además es uno de los animales que más protege el océano.

No lo digo solo yo: científicamente está comprobado que las ballenas ayudan a liberar oxígeno, a cuidar el ecosistema marino. Entonces me pareció clave que hubiera un animal así, tan monumental. Y cada vez que aparece la ballena en escena, los niños se quedan embelezados. A pesar de que es un muñeco hecho con cartón, tiene una voz en off que habla, que ayuda. Rompe la cuarta pared y convoca a los chicos directamente a participar, a que se sumen a la misión de recuperar los arrecifes, de salvar el océano.


– Contame cómo viviste la primera temporada.

– La primera temporada para mí fue un logro enorme. Esta es una obra que se empezó a escribir en 2017, y pasaron siete años hasta que pudo hacerse realidad. Fue todo un camino: convocar a los actores —a la mayoría no los conocía—, empezar a ensayar, y además armar un equipo de producción. En ese aspecto, Brigitte Torres fue clave, y también contar con una asistente de dirección que pudiera entender lo que yo quería transmitir con la obra. En este caso, fue Sonia Farfala, que trabajó conmigo como asistente.

Estrenamos en vacaciones de invierno del año pasado, y jamás imaginamos la recepción que íbamos a tener. En ese momento hicimos seis funciones en tres semanas… y se agotaron antes del estreno. Tres semanas antes, ya no había entradas.

Habíamos ensayado muchísimo, trabajado muchísimo, pensando en esas seis funciones. Pero se quedó gente afuera. Entonces dijimos: “Bueno, agreguemos un mes más”. Y la repercusión siguió creciendo, especialmente entre los chicos. Venía una salita, y quizás una de las actrices, Agus Arias, traía a sus hijas del cole con sus amiguitos… y esos amiguitos después traían a más chicos. Y de pronto tenías 30 nenes en la sala. Tenemos muchos registros fotográficos de eso.

Además, yo siempre digo que el género infantil es el más difícil en el teatro. Porque los niños son el público más sincero que existe. Si no les gusta, te lo hacen saber. Si se aburren, si lloran, si están incómodos, lo vas a notar. Pero si se quedan tranquilos, si aplauden al final, si vienen a abrazarte… es porque realmente les encantó.

Y eso fue maravilloso: ver cómo salían de la función preguntándonos si íbamos a volver al océano, si íbamos a salvar los arrecifes, si íbamos a vencer al ogro… o si la ballena que estaba ahí era de verdad. Todas esas cosas que nos sorprenden, porque somos adultos llevando a los chicos a un mundo de fantasía, quizás con la intención de dejar un mensaje… pero al final, recibimos muchísimo más de lo que damos.


– ¿Y en esta segunda temporada cómo te encontrás? ¿Se pasaron los nervios del estreno?

– Los nervios siempre están, porque el cuerpo siente muchas cosas. Aunque ya la hicimos el año pasado, esta vez hay actores nuevos, como Luca Legarreta. Además, Ludmila asumió un personaje protagónico que el año pasado hacía Julia Sade, así que fue como volver a empezar desde cero. A pesar de que la mayoría seguimos con nuestros personajes, cambiamos un montón de cosas: la escenografía, los títeres… Toda esta nueva apuesta de la segunda temporada es diferente.

Entonces, sí, fue nuevo para todos. Incluso para mí, como director y autor, fue volver a crear desde otro lugar. Cambiamos todas las coreografías, retocamos los vestuarios, modificamos escenas. Fue una reconstrucción completa, pensada para mejorar aún más la propuesta.


– ¿Qué es lo que más te divierte a la hora de hacer la función? Si hubiera un momento que vos decís: “esta parte, como espectador, siento que es la mejor”, ¿cuál sería?

– Particularmente, siento que me gustan muchas partes de la obra, pero mi favorita siempre es la escena de la reina con los dos secuaces. Es lo más divertido que tiene la obra y la disfruto muchísimo. Estoy en patas, escucho las risas del público, los aplausos por cada cosa que dicen… y lo loco es que eso no lo escribimos ni lo ensayamos para que suceda así. Yo escribí esa escena con otro mensaje, pero lo que pasa en vivo es otra cosa. Y el público la disfruta muchísimo. Esa es, sin duda, mi parte favorita.


– ¿Cuál fue el desafío más grande que te representó interpretar a tu personaje?

– A mí lo que me pasó es que quería contar esta historia que es propia, por eso asumí el personaje del hermano. En realidad, ese hermano soy yo —en la obra y en la vida—. Y mi desafío más grande fue no mirarlo con el mismo sentimiento con el que lo escribí, porque si lo hacía… iba a llorar mucho.

De hecho, en los primeros ensayos, cuando cantamos por primera vez la canción de los dos hermanos, cuando empezamos a armar toda la puesta, yo estaba muy sensible. Estaba recreando ese momento que no tuve con mi hermanita. Esta obra está escrita para ella.

Ahora que se hizo realidad, que después de seis años pude tenerla de vuelta en Argentina —porque ahora vive conmigo—, todo se resignificó. Ella ya no es esa nena chiquita que dejé en Venezuela; hoy es una adolescente de 14 años. Y todo ese tiempo, mientras escribía esta historia, yo me la seguía imaginando como un bebé, como cuando me despedí. Entonces claro, ahora hay una carga emocional enorme, porque la niña quedó allá, y la que tengo enfrente es otra persona. Para mí, ese fue el reto más difícil: interpretar este personaje sabiendo que estaba contando mi propia historia.


– Y hoy ella estaba en el público, ¿cuál es la devolución que te hizo después de ver la obra?

– Mirá, las primeras funciones del año pasado, cuando estrenamos, ella jamás vio nada, no leyó nada nunca. Y ella sabía que esta obra era para ella, y fue muy shockeante, porque lo vio en vivo y ya sabía que ese personaje la representaba, que esa canción la escribí para ella. Entonces, para ella la primera función a la que vino fue muy emotiva, lloró toda la función, llena de sentimientos.
Ahora ya tiene 15 años, entonces entiende un poco más la historia, las cosas, el amor, el extrañar. Y por ahí lo que ella sabrá y lo que vivió en esos seis años en que no estuvimos juntos, lo sabe solo ella.
Entonces siento que hoy ya la ve y se divierte, se ríe, aplaude, ya la conoce. Y siempre las devoluciones son: “esta parte estuvo mejor que cuando vine”, o “mejoró esto”, o “vi que cambiaste la coreografía”. O sea, hay algo de que también la hace muy parte de su vida. Entonces hoy es desde otro lugar, como: “me encantó todo lo que cambió la obra y lo que creció también”.


– Y cuando pensamos en los niños, ¿a partir de qué edad dirías que pueden disfrutar la obra? Me contabas que hubo un niño de un año que la pasó genial.

– Yo creo que desde un año en adelante ya pueden venir. El año pasado lo comprobamos: vinieron nenes muy pequeños, incluso en brazos, algunos de menos de un año, y nunca, nunca un nene lloró ni se quiso ir. Ningún papá nos dijo que se tenían que ir porque el nene no la estaba pasando bien. Al contrario, cuando salimos, siempre están ahí buscándonos para la foto, se nos vienen a upa. Los papás, súper contentos, se sacan fotos con los bebés y con nosotros como personajes. Entonces siento que es una obra realmente para todo público. Más allá de que recreamos un mundo infantil y de fantasía, siento que el adulto también entiende el mensaje en una profundidad distinta.


– El hecho de que la obra también tenga algo para los adultos, que no los descuida… Porque a veces pasa con el infantil que el adulto está pensando: «me quiero ir». Pero acá había adultos más copados que los niños.

– Hay muchos adultos, sí, los adultos se copan mucho. Porque más allá de que la apuesta sea infantil, pensada para los niños por lo visual, por el maquillaje, yo creo que los adultos entienden el mensaje que queremos transmitir. Entienden los chistes, saben cuándo reír, cuándo aplaudir, no se inhiben para divertirse. Y también siento que vienen dispuestos a ser niños otra vez.

Cuando vos decís que es una obra infantil y sos adulto y venís, ya un poco sabés que la vas a pasar bien, porque si no, no venís. Más allá de que algunos vienen con sus niños y otros vienen solos, esos que vienen solos es porque la quieren venir a disfrutar, y siento que lo hacen mucho. Eso está bárbaro.


Arrecife Estelar no es solo una obra infantil: es una travesía emocional con forma de canción, títere y abrazo. Una historia que nació del dolor, pero que eligió la ternura como forma de respuesta. Un universo de cartón, reciclaje y fantasía donde el amor entre hermanos —ese que el tiempo y la distancia no apagan— se vuelve faro, brújula y destino.


Esta entrevista se publicó por primera vez el 3 de julio de 2025 en Revista El Walkman. Desde Minúscula apoyamos el periodismo independiente y autogestivo y te invitamos leer la edición original de la nota haciendo click acá.

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