ENTREVISTAS teatro

Pedro Velázquez y el pulso de Tick, Tick… BOOM!: la vida, la música y la pregunta que no deja de sonar

Después de dos temporadas ovacionadas y nueve nominaciones a los Premios Hugo y ACE, Tick, Tick… BOOM! volvió al Paseo La Plaza para una despedida con la energía justa de un último bis. Dirigida por Ariel del Mastro y Marcelo Caballero, la obra de Jonathan Larson se transforma en una radiografía íntima de lo que significa crear bajo presión, amar con dudas y seguir soñando cuando todo alrededor pide certezas. 

En escena, Federico Couts, Lucien Gilabert y Pedro Velázquez le ponen cuerpo a una historia que vibra entre el vértigo de los 30, el deseo de trascender, y la pregunta que late en cada nota: ¿cuánto tiempo nos queda para ser quienes queremos ser? Con banda en vivo, cámaras que multiplican la perspectiva y una puesta que le hace justicia a la intensidad de Larson, esta tercera —y última— temporada encuentra a «Tick, Tick… BOOM!» en su punto más afinado.

En esta entrevista con El WalkmanPedro Velázquez abre el detrás de escena con la misma verdad que imprime en escena: habla de la llegada al proyecto, del viaje emocional de su personaje, de la química con sus compañeros, del peso de cantar a tiempo real. Y deja flotando una certeza: cuando el material está hecho carne, la función también se convierte en una forma de vivir.


– ¿Cómo llegaste a la obra? Hagamos un repaso de la historia, más allá de que ahora estén en una nueva temporada, ¿te parece?

– Todavía estábamos muy cerca de la pandemia, creo que recién saliendo, cuando me llamó Marcelo Caballero. Ya habían pensado en mí, y fue una de las pocas veces en las que no tuve que pasar por un proceso de audiciones. Eso siempre se agradece, ¿viste? Que alguien te tenga en cuenta directamente. Me dijo: “¿Querés estar en Tick, Tick… Boom!?”. Por supuesto que conocía la obra. Había visto una versión que se hizo en el Maipo —el Maipo Cabaret, como se llamaba entonces—, y bueno… Larson me fascina. ¿A quién no le gusta Larson, no? Si te gusta el musical, sabés que él es un ícono, alguien que vino a cambiarlo todo en el género. Me entusiasmó muchísimo el equipo: dirección de Ariel del Mastro, Marcelo Caballero, Negro Carrizo en la coreografía, Eugenia Gil Rodríguez en lo vocal… un dream team, realmente. Así que mi respuesta fue inmediata: “¡Sí, quiero!”.


Tick, Tick… Boom! habla de cumplir los 30, pero ¿por qué creés que llega a todos, más allá de la edad?

– Siempre que hablo de Tick, Tick… Boom! digo lo mismo: aunque la obra gira en torno a los 30 —a alguien que está por cumplir 30—, las crisis no tienen edad. Son permanentes. Cada cambio de década —pasar de los 10 a los 20, de los 20 a los 30, de los 30 a los 40, y así— plantea un quiebre, una revisión. Hacés balance: qué funcionó, qué no, qué lograste, qué no, qué abrazaste, qué dejaste de lado… La obra se ubica en los años 90, y eso también importa. Porque en ese contexto, a los 30 ya “debías” tener una carrera armada, hijos, éxito. Hoy todo cambió: muchas personas a los 25, 26, 27 siguen viviendo con sus padres. Los tiempos se extendieron. La adolescencia, la adultez, todo se corrió un poco.

Pero más allá de eso, Tick, Tick… Boom! habla de las expectativas, de las frustraciones, de los tiempos internos que no siempre coinciden con los de la vida. A veces el reloj no ayuda, o la vida misma te dice: “todavía no es por acá”. Por eso interpela tanto. A mí me toca de lleno. Como artista, estoy todo el tiempo en procesos: empiezo proyectos, los termino, algunos se sostienen, otros no. En este caso, es una plaza especial: estamos por la tercera temporada, pero fue espaciada. Estrenamos, después vino una segunda, pasaron dos o tres años, y ahora estamos en esta tercera etapa. Y eso también está en la obra: el proceso creativo, la búsqueda, la persistencia… El deseo de encontrar sentido y sostenerlo en el tiempo. Por eso Tick, Tick… Boom! me llega directo al corazón.


– Hay algo que mencionabas antes: contabas que, en esta obra, alguien pensó directamente en vos y te dijeron “vení”, sin pasar por un casting. ¿Cómo te llevás con ese momento de ir a audicionar, que es tan propio del artista y también le pasa a Larson?

– En el momento en el que estoy hoy, si voy a una audición es porque hay un deseo muy fuerte detrás. Y cuando el deseo es genuino, aceptás las reglas del juego: vas. Te iba a decir “a matar o morir”, pero ya no me representa esa metáfora… Hoy voy a vivirlo a pleno. Y me preparo mucho para eso. Lo digo con nervios, porque más allá de los años de carrera, una audición siempre pone algo en juego. Es un momento de exposición. Pero creo que la diferencia está en cómo te tomás el resultado: si te dicen que sí, genial; y si no, también.

Aprendés a convivir con esos nervios. Estás expuesto a la mirada del otro, algo que también nos pasa arriba del escenario: ese ojo del público que observa, que acompaña, que escucha con amor o con crítica. El proceso de audición tiene algo mágico: te exige presencia, te desafía, te pide que no te gane la ansiedad. Y hoy, después de todo lo vivido, las audiciones las asumo como parte de mi trabajo. Y entendí que el resultado no me define. Si quedo, buenísimo. Y si no, no me derrumba. No pienso: “Soy un desastre porque no me eligieron”. Tal vez simplemente no era el papel para mí.

Además, yo también escribo y dirijo, y he estado del otro lado tomando audiciones. Sé muy bien todos los factores que entran en juego cuando se elige un elenco. Muchas veces no es una cuestión de talento: es estar en el lugar justo, con el rol justo, para contar esa historia. Y eso también es parte del oficio.


– Y metiéndonos en tu personaje: ¿cuál fue el mayor desafío a la hora de decir “voy a darle cuerpo y voz a este rol”? ¿Y cómo fue evolucionando ese proceso a lo largo de las temporadas?

– Creo que, al principio, el mayor desafío fue lo musical y lo vocal. La música de Larson es hermosa, pero también compleja. Me exigió mucho oído, mucha práctica, mucha entrega. Tuve que trabajar con mucha atención y corazón. Además, hubo un desafío extra: amalgamar nuestras tres voces —la de Lucien, la de Fede y la mía—, que son completamente distintas. Tuvimos que hacer un trabajo fino para lograr ese ensamble, no solo técnico, sino también espiritual y artístico. Y por suerte, gracias a esa conexión, el encuentro vocal fluyó con mucha naturalidad. Pero sí, al comienzo, eso fue lo más desafiante.

Con el tiempo, y a medida que la obra fue madurando, todo eso fue decantando. Hoy la disfrutamos de otra manera. Las escenas, los textos, las marcaciones… ya no pasan por lo técnico. No necesito repasar antes de cada función, porque el material vive en mí. Como en la vida misma: uno no ensaya lo que va a decir en una conversación, simplemente sucede. Lo mismo nos pasa con la obra. Estamos en un punto donde el proyecto nos atraviesa, está incorporado, nos sale por los poros. El material está hecho carne.

Y eso tiene que ver con la evolución. Hoy vivimos la obra como un viaje real. Tiene un inicio, un desarrollo y un final, y lo que ocurre en el medio es vuelo puro. Es conciencia plena. Trabajamos profundamente los vínculos entre los personajes, los arcos dramáticos que cada uno transita —que son maravillosos, por cierto, y no siempre se encuentran arcos tan ricos en una obra—. Hay pasajes de comedia al drama, y una transformación muy fuerte en los tres personajes. Y vivir eso función tras función es un regalo.


– ¿Cómo vivís la respuesta del público? ¿Y qué significa para vos formar parte de una obra donde la música está presente en vivo y no en pista?

– La respuesta del público es realmente maravillosa. Es muy sensible. No quiero spoilear, pero mi personaje atraviesa una situación muy particular, y me siguen llegando mensajes de personas que están pasando por lo mismo. Es muy conmovedor. Especialmente de quienes lo vivieron en los años 90, que no es lo mismo que ahora… o sí, porque la estigmatización sigue existiendo. Pero en ese momento era algo nuevo, desconocido, y en muchos sentidos más duro. Entonces, que alguien se vea reflejado en lo que hacemos, en lo que mi personaje transita, es muy fuerte.

Y después, con la obra en general, el público se deja llevar. Les fascina que tres intérpretes, en una hora y cuarto, los hagan viajar tan profundo. Agradecen muchísimo. Y creo que la banda en vivo tiene mucho que ver con eso. La música no está grabada: está ocurriendo ahí, con nosotros. Hay un diálogo constante con los músicos. No están “acompañando”: están actuando con nosotros, sosteniendo, potenciando cada escena.

Las escenas nunca son iguales entre sí —cambian en ritmo, en textura, en energía—, y la banda se acopla a eso. A veces ellos nos impulsan, otras veces somos nosotros quienes los usamos como trampolín emocional para seguir. Es un ida y vuelta hermoso. No somos solo tres en escena: somos siete, sumando a los cinco músicos. Y si contás al equipo técnico —operadores de cámara en vivo, iluminadores, stage— somos más de veinte personas trabajando juntas. Un engranaje enorme, que funciona en absoluta sincronía.

Por eso es un placer enorme que la música esté en vivo. Le da otra vida, otra profundidad. Y eso el público lo percibe. Y lo agradece.

Fin de fiesta. PH: Fiorela Romay. Cortesía prensa

– Hace un rato hablabas del estado de comunión que logran vos y tus compañeros arriba del escenario. Como si las almas —no solo las voces— estuvieran en sintonía. Me gustaría saber: ¿qué es lo que más te divierte de trabajar con ellos?

– Todo lo que son las escenas con Fede —es decir, entre Mike y Jonathan— me divierte muchísimo. Hay algo muy genuino ahí: una verdadera relación de amistad. Hace poco alguien que vino a ver la obra me dijo: “Es increíble cómo estás todo el tiempo abrazándolo”. Y no solo en el sentido literal, físico, sino también en el simbólico: cómo el personaje está al servicio del otro, cómo lo cuida, lo sostiene, lo acompaña todo el tiempo. Y eso me genera mucho placer.

Además, ese vínculo con Fede en escena se parece mucho al que tengo en la vida con mis amigos compositores, con quienes creo y escribo obras. Así que en esos momentos siento un disfrute total. Es diversión pura.

Por ejemplo, No More es una fiesta de la amistad, del juego, de la ironía. Es ese momento en el que el personaje dice: “Dale, venite conmigo para salir de esta vida miserable en un departamento que se cae a pedazos”. Una especie de burla a la bohemia: “Dejá de ser tan bohemio y buscá laburo, ¿no?”. Esa mezcla de cariño, sarcasmo y complicidad es muy divertida de jugar.


– ¿Cuál es tu canción preferida?

– Johnny Can’t Decide. Me encanta porque es el momento en que Jonathan tiene que avanzar. Esa canción marca un punto de inflexión en la historia, un cambio profundo en la emocionalidad de los personajes. Es como el centro del “sándwich”: la parte que sostiene y une todo. A partir de ahí, los personajes empiezan a girar, a plantearse otras cosas. Es una canción que habla de tomar decisiones. Y las decisiones, en definitiva, son las que nos trazan el camino, las que nos señalan hacia dónde ir. Por eso me conmueve tanto.

– Y por último, si tuvieras que definir “un algo” que te va a quedar siempre de esta experiencia que representa Tick, Tick… Boom! —como ese souvenir que uno se trae de un viaje—, ¿qué sería?

– El concepto que atraviesa toda la obra y que también me atraviesa a mí: ¿miedo o amor? Sin dudas, me lo tatuaría. De hecho, estamos hablando entre nosotros a ver si nos lo tatuamos. Porque esa pregunta lo dice todo. ¿Qué elegís? ¿El miedo o el amor? Esa idea me va a quedar grabada para siempre, en la memoria y en el corazón.


Hay obras que terminan cuando cae el telón, y otras que siguen latiendo después. Esta versión de tick, tick… BOOM! pertenece al segundo grupo. Pedro Velázquez lo cuenta con la misma honestidad con la que lo actúa: lo que pasa en escena no se actúa, se vive. Esa intensidad compartida con Federico Couts y Lucien Gilabert —bajo la dirección precisa de Ariel del Mastro y Marcelo Caballero— deja algo que no se mide en ovaciones ni nominaciones (aunque las tenga), sino en lo que queda cuando salís del teatro: una pregunta abierta, una canción que insiste, una certeza que se filtra entre escena y escena. ¿Qué elegís: el miedo o el amor?


Esta entrevista se publicó por primera vez el 5 de julio de 2025 en Revista El Walkman. Desde Minúscula apoyamos el periodismo independiente y autogestivo y te invitamos leer la edición original de la nota haciendo click acá.

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