El historiador británico Eric Hobsbawm llamó «La era de las catástrofes» al período 1914-1945, marcado por dos guerras mundiales, 80 millones de muertes, persecuciones y bombas nucleares. Sin lugar a dudas la guerra es una catástrofe, un territorio de muerte y destrucción. Condenable.
El 2 de abril, la Argentina recuerda la Guerra de Malvinas con actos, discursos y homenajes a los veteranos. Sin embargo, más allá del justo reconocimiento a quienes combatieron, persiste una narrativa que envuelve la guerra en un halo de romanticismo patriótico, dejando en un segundo plano el contexto que llevó a aquel conflicto y las consecuencias que aún atraviesan los excombatientes y la sociedad en su conjunto.
La Guerra de Malvinas no fue un acto heroico planificado en defensa de la soberanía nacional, sino una decisión desesperada de la última dictadura militar, que buscó perpetuarse en el poder mediante un golpe de efecto. La cúpula militar, responsable del terrorismo de Estado, envió a nuestros jóvenes soldados a enfrentar a una de las principales potencias militares del mundo. El resultado fue devastador: casi 650 soldados argentinos murieron en combate y cientos de excombatientes terminaron quitándose la vida en los años posteriores, víctimas del abandono y el trauma de la guerra.
El relato épico oculta realidades incómodas. Las denuncias de torturas a soldados por parte de sus propios superiores, el hambre en las trincheras y la desorganización del mando militar contrastan con la imagen de un ejército heroico. El Estado argentino tardó años en reconocer a los veteranos, y muchos de ellos debieron luchar nuevamente, esta vez por derechos básicos como pensiones, asistencia médica y reconocimiento.
La vicepresidenta Villarruel ha manifestado en estos días que nuestros héroes descansan en el cementerio Darwin de Malvinas. Es oportuno recordar que dicho lugar fue encargado por Geoffrey Cardozo, militar inglés, que al ver los cuerpos de soldados argentinos en el campo de batalla se comunicó con las autoridades argentinas para saber qué hacer con los cuerpos. Ante el vacío de respuestas, se dispuso a reconocer los cuerpos y darles cristiana sepultura. Cardozo fue nominado cuatro veces al premio Nobel de la Paz.
Recordar Malvinas no es exaltar la guerra, sino comprender su significado en nuestra historia. La verdadera causa nacional no fue el conflicto bélico, sino la soberanía sobre las islas, una cuestión que debe resolverse por la vía diplomática. Malvinas sigue siendo una herida abierta, pero la memoria debe construirse con verdad, sin glorificaciones ni relatos que oculten el dolor y las responsabilidades.
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