La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como «un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad». Debemos comprender que la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.
La salud mental y la violencia de género tienen algo en común: la transversalidad. Ambas temáticas pueden atravesar todas las esferas de la vida de una persona, sin distinguir sus edades, donde viven o sus clases sociales.
¿Qué sucede cuando ambas esferas se fusionan? Me parece válido aclarar que todos los tipos de violencia que existen generan, en menor o mayor medida, algún síntoma o daño en la salud mental de la víctima.
Pero si además están maternando o criando, ¿cómo impacta esta problemática en el seno familiar? La violencia de género no solo afecta a las mujeres que la sufren, sino también a sus hijos e hijas, quienes muchas veces son víctimas silenciosas de esta situación.
Las infancias que crecen en un entorno violento cargan con un peso psicológico enorme, que puede manifestarse en ansiedad, depresión, miedo constante e incluso problemas de conducta. Son víctimas indirectas de esa violencia, y las consecuencias en su salud mental son sumamente graves.
Muchos de estos chicos presencian la violencia que sufren sus madres o la viven en carne propia, y esto genera en ellos un estado de estrés permanente. Según UNICEF Argentina, entre el 60% y el 70% de los hijos/as/es de mujeres que padecen violencia doméstica desarrollan síntomas de estrés postraumático, como pesadillas, miedo constante y dificultades para concentrarse en sus estudios. Además, no vivir en un ambiente sano les puede afectar la autoestima, los hace sentir inseguros y, muchas veces, culpables de lo que pasa en su hogar.
El impacto no termina ahí: la violencia también afecta su día a día fuera de casa. Las niñeces / adolescencias suelen tener problemas para relacionarse con otros, presentan conductas agresivas o introspectivas, lo que complica su integración en la escuela y en su vida social. Incluso, existe la posibilidad de que ese ciclo de violencia pueda repetirse en el futuro, como víctimas o agresores.
Por otro lado, los datos del Observatorio Ahora Que Si Nos Ven nos revelan que, en lo que va del 2024, al menos 155 niñas/os/es perdieron a sus madres como consecuencia de la violencia machista, ¿pueden imaginar el impacto en su salud mental y emocional de esas infancias?
Resulta clave que reflexionemos sobre la importancia de atender la salud mental de aquellas mujeres y sus hijos/as/es que han sufrido violencia de género. Muchas veces, el impacto emocional profundo que deja esta violencia no recibe la atención necesaria, lo que dificulta la recuperación de las víctimas. Brindarles el apoyo psicológico adecuado es esencial, no sólo para sanar el daño inmediato, sino para evitar la reproducción en su futuro.
Si vos o alguien que conocés está atravesando una situación de violencia de género, podés denunciar a la línea 144. Además, podés comunicarte con la línea 102 ante situaciones con infancias y adolescencias. Son anónimas y de alcance nacional.
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