CULTURA entrevista teatro

Francisco Lumerman: «El teatro independiente es plantarse atrás del deseo y seguirlo»

«En la casa de mi infancia no había una relación especial con el arte, pero sí existía una cierta sensibilidad. Mi madre trabajaba como secretaria en un colegio y mi papá como sociólogo. No había una relación especial con el arte pero aun así conservo el recuerdo de haber ido con mi papá a ver una obra de teatro en el Centro Cultural San Martín hace mucho tiempo».

El que habla es Francisco Lumerman, actor, director y dramaturgo. Actualmente puede vérselo como actor en «Qué hermoso era todo antes», una versión libre de «La Gaviota» de Chéjov. Además, ejerciendo el rol de dramaturgo y director podemos encontrarlo en las funciones de «Muerde», un unipersonal protagonizado por Luciano Cáceres; y también como director imprimiendo su mirada al texto escrito por Florencia Naftulewicz en «Quieto», obra donde la misma autora y Miguel Ángel Rodríguez se ponen a sus órdenes para contar una historia sobre el escenario de Nün Teatro.

En esta entrevista recorremos pasajes de su camino en el mundo de las artes que lo llevaron desde la salida de aquella obra a la gorra en El San Martín a la formación actoral en Andamio 90, pasando por la dramaturgia y la dirección hasta este presente colmado de arte en sus diferentes expresiones.

«No tengo mucha explicación para dar acerca de dónde venía el deseo del teatro, pero recuerdo que a la salida de aquella obra a la gorra le dije a mi papá que quería hacer eso. Tenía 10 años»,

recuerda Lumerman.

– ¿Cómo tomaron tus padres que les digas «Yo quiero hacer eso»?

El mundo del teatro no les resultaba cercano, te diría que eran un poco reticentes a ese mundo aunque yo participara en todos los actos del colegio. Sin embargo acompañaron mi deseo anotándome en Andamio 90 en la escuela que en ese momento tenía Alejandra Boero. Yo tenía ya trece años y cuando terminé mi primera clase me pasó algo que no me pasaba en ningún lado, sentí que había encontrado mi lugar en el mundo. A partir de ahí no paré más. Empecé estudiando teatro sobre todo como actor, estuve diez años ahí, empezamos a hacer obras independientes y se me fue despertando esta pasión – profesión.

«Cuando terminé mi primera clase de teatro me pasó algo que no me pasaba en ningún lado, sentí que había encontrado mi lugar en el mundo»,

Francisco Lumerman.

Avanzar detrás del deseo

«Cuando empecé a estudiar me parecía muy lejano el dedicarme a esta actividad, no era algo pensado tener este presente de hoy en día. Fui descubriendo que me entusiasmaba mucho el teatro en general; empecé a escribir y a dirigir, de muy chico», detalla Francisco y cuenta que desde la adolescencia armaba obras de teatro en la escuela: «Las escribía y agarraba a mis compañeros de secundaria y les daba clases para poderlas actuar», recuerda.

Al consultarle por la importancia de hacer las cosas sin esperar que alguien golpee nuestra puerta para empezar a accionar, el autor de «Muerde» comparte una enseñanza recibida en Andamio 90: «El teatro independiente es plantarse atrás del deseo y seguirlo sin esperar una habilitación externa que te diga: ‘andá y hacélo'». Y explica que al no pertenecer al mundo de la actuación nunca pensó en que alguien tenía que venir a golpear la puerta. «Simplemente hice, simplemente avancé detrás de mi deseo», explica.


– ¿Qué recuerdos tenés de esas primeras experiencias de escritura donde surgían las historias?

– Era muy inconsciente. Había algo de la edad, de hacer sin cuestionar, que tenía que ver con mi deseo de manifestarme. Lo recuerdo como un juego sin expectativa. En mi secundaria yo hacía cosas y me sentía un como pequeño adulto. Me decían «qué serio» porque escribía obras de denuncia, de cosas que me molestaban. Lo recuerdo como muy ingenuo, de volcar algo que me pasaba. El arte para mí tiene que ver con poder manifestar eso que incomoda.


– Hay algo en escucharte que hace pensar que todo se fue dando de forma natural. Primero la actuación, después la escritura y de ahí llegar orgánicamente a la dirección. ¿Sentís que fue así?

– Sí, me parecía una decantación natural: escribí un texto, pensé que quería hacerlo y lo hice. Hay algo que me parece súper importante por mi propia formación en Andamio 90. En aquél momento era un semillero donde todo estaba en ebullición, donde si vos querías hacer algo iban a acompañarte en tu búsqueda de cómo poder hacerlo.


– En este momento tenés tres obras en cartel como autor y director; actor y director. ¿En qué lugar te sentís más cómodo?

– Eso va mutando, voy cambiando, disfruto mucho la alternancia. Me gusta mucho llevar a delante proyectos míos, como es el caso de «Muerde». Tengo una mirada sobre el material que sabía cómo quería plasmarlo.

Después «Quieto» apareció como una invitación en un rol de dirección que me daba la posibilidad de imprimirle mi mirada a un material de otro. Para mí, ese es el desafío de la dirección. La escritura o la dirección son espacios muy solitarios. La actuación me trae esa cosa más de lo grupal, me permite relajarme de muchas otras cosas y solo ocuparme de la actuación.

Con respecto a «Qué hermoso era todo antes», Lisandro hizo una adaptación espectacular de La Gaviota que es uno de los textos que yo amo. El personaje es de Tréplev para mi tiene mucho peso personal y era un deseo de que me pase el poder actuarlo.


¿Cómo surgió «Muerde»?

– Es un texto que escribí hace 12 años como un desafío a escribir un monólogo, algo que nunca había hecho. La escritura del material me llevó casi dos años lo escribí en soledad absoluta. Cuando lo terminé se lo llevé a Mauricio Kartún y él me dio una devolución espectacular: «Escribilo de nuevo».

Le hice caso y después de un año más de reescritura, cuando llegó el momento de ensayarlo, empecé a montar otra obra que escribí, «El amor es un bien», a la que le empezó a ir muy bien y se volvió muy demandante. Además, en ese momento estábamos abriendo Moscú Teatro y algo de todo eso hizo que se relegue el material de «Muerde».


«La primera versión que hice de la obra fue en pandemia y por streaming con un actor en Perú. Lo hicimos virtual, fue todo un delirio y de ahí nos llamaron a estrenar esa puesta en uno de los teatros mas importantes de Lima y hacer una temporada allá. Ese fue el primer montaje», cuenta el autor y director de la obra que se estrenó presencialmente en Perú antes que en Argentina.


– ¿Cómo llegamos al estreno en Argentina y la puesta actual con Luciano Cáceres interpretando «Muerde»?

– Yo me había cruzado varias veces con Luciano, que también se formó en Andamio, pero nunca habíamos trabajado juntos. En un momento de charla dijimos: «Qué bueno poder hacer algo juntos» y ahí yo le dije: «Tengo un texto que me parece que va con vos y me encantaría estrenar en Argentina». De ahí empezamos a ensayar y buscar esta versión que está en Timbre 4.


– ¿Cómo fue el proceso de ensayos?

– Fue un proceso súper rico también por todo lo que Luciano trae y traía en el momento de los ensayos. Para mí fue un material que yo ya tenía amasado de alguna manera, ya sabía lo que quería y eso permitió ser muy directos con hacia donde quería ir.

Después pasó algo maravilloso porque el espectáculo es una obra compleja y tenía miedo que fuera una obra a destiempo pasaron muchos años desde la escritura y el estreno y lo que pasó con el estreno fue que se agotaron las entradas y nos llamaron de festivales; empezamos una gira, tuvimos que mudarnos a una sala mas grande y estuvo siempre llena. Es un proyecto que sigue, que está vivo y tiene mucho por hacer todavía. Fue muy lindo para mí poder trabajar con Luciano mano a mano y descubrir cómo iba resonando ese texto en su cuerpo, fue un proceso muy placentero y muy fácil.


– En el caso de «Quieto», donde aportás tu mirada sobre el texto de Florencia, ¿cómo describirías esa experiencia?

– Fue muy gozosa. Con Flor (Naftulewicz) y a Miguel Ángel (Rodríguez) no habíamos trabajado juntos antes. Me encontré con dos personas súper dedicadas al trabajo, generosas, con muchas ganas de probar y explorar. Flor me dio mucha libertad para imprimir mi mirada sobre el texto. Hay algo muy particular de Migue su personaje y es que está en el sillón durante una hora y no se mueve; eso no estaba en el guion, fue apareciendo en los ensayos y ahí encontramos el corazón del material. Flor fue muy abierta a encontrar ese corazón de lo que estábamos buscando.


– ¿Cómo te llevás con el momento de reescritura?

– Para mí es muy importante entender que la dramaturgia, el texto escrito, en el teatro es una presentación para la representación. Una plataforma que nunca está cerrada ni impecable. Se van ajustando cosas con los ensayos. Siempre estoy abierto a esto. Podemos estrenar y seguir buscando cosas que aparecen cuando llega el público.


– Si hablamos de «Qué hermoso era todo antes» donde te encontramos arriba del escenario en el rol de actor, ¿qué es lo más lindo que te trae esa experiencia?

– Tuvo varias cosas. Una es que yo no conocía a la mayoría del equipo, no habíamos trabajado juntos antes. Otra es que Lisandro (Fiks), el director de la obra, fue muy claro conmigo en lo que él quería y eso me trajo mucha tranquilidad y mucho goce. Es un material icónico y, además, yo le tengo un cariño especial.

Fue una construcción por capas, sin sobresaltos, fue algo que se fue acumulando en los ensayos. Fuimos encontrando el tono de actuación. Para mí se hizo algo muy disfrutable el hecho de poder estar a la altura de lo que el material pedía y poder darlo todo en escena. Son escenas breves en las que el personaje pasa por mil matices distintos y situaciones que lo van acorralando. Para mí era muy importante poder encontrar una profundidad emocional para poder habitar ese presente.

Lisandro tiene una mirada sobre La Gaviota , que funcione como una comedia y que eso vaya a favor del humor y la profundidad. Hay algo ahí que me parecía muy importante como el desafío del material.

– Si tuvieras que poner en palabras para qué sirve el arte en tu vida, ¿qué dirías?

– Sirve para muchas cosas. En principio, es un espacio donde yo me conozco y me potencia a crear mundos tanto desde la actuación habitándolos o escribiéndolos o poniendo mi mirada sobre los materiales. Me obliga todo el tiempo a expandir mi campo vital. A explorar distintas emociones y traducir muchas cosas que yo traigo que me van acompañando en períodos de la vida, como a todas las personas. Yo encuentro algo en el arte una expresión de aquello que me impresiona a mí.

Y, por otro lado, pasa algo maravilloso cuando uno presenta un material, lo abre al público y entrega esa mirada, esa manera de estar en el mundo a otros que están en el mundo. Cuando sucede que esos otros también son impactados por aquello que se creó pasa algo que tiene un efecto colectivo. Creo que la potencia del arte y el teatro en particular tiene que ver con colectivizar una experiencia donde, partiendo de algo singular, eso empieza a resonar en quienes están mirando.


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