«El cuerpo anímico» es una historia de amor y empatía entre una madre y su hija en un cotidiano atravesado por la enfermedad. La nueva obra de Mariela Asensio propone un espacio de reflexión acerca de nuestra relación con la enfermedad mientras el presente nos exige producir como máquinas.
La obra con la actuación de Mariela Asensio y Cristina Maresca bajo la dirección de Paola Luttini se presenta todos los jueves a las 20:30 en el Teatro El Extranjero – Valentín Gómez 3378 -. Para conocer todos los detalles de la obra, desde Minúscula charlamos con Mariela Asensio, la autora y protagonista de la obra.

El origen de la obra: ¿cómo surgió «El cuerpo anímico»?
La dramaturgia de la obra, en palabras de su autora, surgió a partir de dos estímulos, uno más ligado a lo autorreferencial y otro relacionado a una reflexión que los trabajos de Mariela suelen abordar. Es esta cuestión de cómo la actualidad de este mundo globalizado e hiper tecnologizado en su afán de conexión permanente con lo digital se desconectó del cuerpo.
«Mi mamá convivió durante muchos años con una enfermedad y yo estuve muy cerca de ella acompañándola en ese proceso. Este hecho puntual me hizo reflexionar acerca de un montón de cuestiones que tienen que ver con la vida, la muerte, la productividad y qué pasa cuando tu cuerpo empieza a marcar el límite en un mundo que hace un culto exacerbado de lo ilimitado«, profundiza la actriz.
«El mundo globalizado e hiper tecnologizado se desconectó del cuerpo porque es un territorio peligroso. El cuerpo tiene que ver con lo humano, lo más frágil y vulnerable. Estas nociones no encajan con las de un mundo productivista y automatizado en el que estamos inmersos»,
Mariela Asensio.
– ¿Qué sentís al subir al escenario en cada función de la obra?
– Pasa algo que es muy loco. La gente lo primero que piensa es que yo estoy sufriendo, porque es muy difícil abstraerse de que la obra no deja de ser un texto sobre la relación con mi mamá que falleció hace muy poco y aunque no estaba en los planes finalmente pasó. Cuando la gente ve la obra les resulta muy difícil no pensar «esta chica es la actriz que hace de alguien que perdió a su mamá pero a la vez perdió a su mamá», se mezcla un poco eso y genera una sensación muy desgarradora, pero la realidad es que yo la obra la hago porque me conecta con algo luminoso. Siento mucha liberación al poder transitar teatralmente esta vivencia, siento alegría porque el teatro es un lugar de mucha luz. A pesar de que la obra es conmovedora y toca lugares sensibles, no deja de ser un lugar feliz para mí contar esta historia sobre el escenario.
– ¿Cómo vivís el trabajo a la par de tus compañeras?
– Es muy fuerte porque además de ser un equipo de trabajo, somos como una especie de comunidad. Hay algo del material que nos unió de una manera muy especial. Con Paola somos amigas desde antes pero, por ejemplo, con Cristina nunca había trabajado y generamos un vínculo super estrecho porque hay algo del material que inevitablemente te une de una manera especial. Siempre digo que para ser parte de este proyecto realmente había que tener una sensibilidad especial, porque todos saben que están trabajando sobre un material sensible en un momento sensible para mí. Es un proyecto muy humano.

– ¿Cómo vivís las funciones a un mes del estreno?
– Voy ajustando un montón. Durante el proceso de ensayos me pasó algo muy superador, mi mamá falleció. Eso no estaba en los nuestros planes y hubo que recapitular de alguna manera y pensar si el proyecto se iba a hacer o no. Era muy difícil abstraerse de lo que estaba pasando; para mí fue muy difícil actuar esta obra, hasta que no empezaron a pasar las funciones no sabía muy bien si la iba a poder hacer. Había algo como que era de prueba y error y lo que me pasa función a función es que cada vez voy adquiriendo más seguridad, porque en las primeras funciones sentía que no iba a poder. Pero no por una cuestión de tristeza sino porque creía que no iba a alcanzar lo que la obra necesita para acontecer. Con el devenir de las funciones me di cuenta que no dejo de ser una actriz haciendo una obra y que entonces puedo apelar a un montón de recursos que son del plano de lo técnico y del oficio de actuar. Voy ganando más seguridad y sintiendo que dependo menos de mi estado de animo.
– ¿Cómo vivís la devolución de la gente post obra?
– La gente se emociona mucho, se conmueve. Mucha gente me dice que después de ver la obra le dan ganas de llamar por teléfono a su mamá o ir a verla. La obra te conecta con algo muy humano en un mundo que está cada vez más desconectado de cierta fragilidad, de ciertas emociones que, en un punto, son menos productivas en un punto. La obra permite una conexión con algo que es muy necesario para todos. Lo vivo con mucha gratificación. Llegar a la gente, conmoverla, hacerla reflexionar y sentir es todo lo que un artista puede pedir.
– ¿Hay algún momento en la obra que disfrutes más a la hora de transitarlo?
– Es difícil elegir un momento, porque el material es un todo. En relación al proceso pasaron dos cosas muy concretas: cuando yo ensayaba la obra, mi mamá estaba viva y mi idea era hacer una ficción, incluso tenía la idea de que mamá viera la obra. Cuando ella falleció y tuve que tomar una decisión respecto de seguir o no con el proyecto; y decidimos seguir, ahí fue cuando legitimé lo autorreferencial. No podía caretear lo que la obra en realidad es, y lo que sí pasó es que cambié el final. La obra la tenía escrita, la estaba ensayando y al morir mi mamá me cambió el final de alguna manera. Siempre la parte final del material para mí es muy conmovedora. Los últimos diez minutos de obra podría decirte que son los que más me atraviesan porque en algún punto son los que la realidad me obligó a escribir.
– ¿Suscribís a esta idea de que el arte nos sirve para sobrellevar nuestro día a día?
– Yo siempre digo que el teatro me salvó la vida. No sé cómo hubiese soportado tantas cosas que implican existir si no hiciera algo que amo hacer. Para mí el teatro es un lugar de mucha sanación y de mucha luz, es fundamental para poder transitar la existencia.
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