Ser consciente involuntariamente de la finitud de nuestra existencia no hace que disfrute más de lo momentos, ni que me crea todas las frases motivacionales new age que quieren obligarme a quererme como soy y a vivir el hoy. A mi solo me genera más dudas y preguntas, más incertidumbre y más ansiedad.
¿Cuál es el sentido de nuestro paso tragicómico por el mundo?
Al menos yo cada vez lo tengo menos claro. Si algo aprendimos éstos últimos años es que no hay un mañana, y que nada está bajo nuestro control.
Estoy de acuerdo en que tenemos mucho que agradecer pero la vida también nos arrebata mucho. La muerte es puntual e injusta, y no creo que nos enseñe más que a seguir reconstruyendonos cada vez más rotos, cada vez más heridos.
Están también las pequeñas muertes diarias, las propias y las ajenas. Las que nos apagan un poco el espíritu y nos hacen perder la fé.
Las decepciones crecen con el paso de los años. Se sienten cada vez más grandes y duras.
La buena noticia es que nuestros sentidos están cada vez más afilados, y si a la gente que resta la olemos a kilómetros de distancia, a la que suma también. A esa hay que llevarla bien pegada al corazón, y nunca descansar en que van a estar siempre a nuestro lado por inercia y porque sí.
Los vínculos se alimentan, se construyen, se definen, se redefinen y se limitan. Porque incluso delimitarlos es un acto de amor.
No puedo decirte que todo va a estar bien cuando a vos hoy te falta alguien y el mundo sigue girando como si nada.
Sólo puedo decirte que todavía tenemos el mar, los amigos, la familia imperfecta pero nuestra, y que cada atardecer sigue siendo único y, por un ratito, eterno.
Como vos cuando estás contenta.
