«La infancia es otra cosa«, escribió Mario Benedetti y aquellos que venimos de hogares rotos lo entendemos al instante. Mientras los propagandistas de la primera etapa de la vida quieren vendernos la idea del «paraíso perdido» nosotros, refutadores de esa leyenda construimos identidad como podemos. Una canción por aquí, alguna escena memorable del cine por allá, unos pensamientos íntimos garabateados en papeles escondidos y una pizca de nuestro alter ego germinal. Todo entra en la mezcla base con la que vamos armando(nos).
Hay algo de jugar al superhéroe en las infancias rotas que se vuelve fundamental. Todo niño sensible entenderá que detrás de los anteojos de Clark Kent se oculta Superman y que Diana Troy es el nombre que usa La Mujer Maravilla para pasar inadvertida.
De eso habla esta historia, de elegir quiénes queremos ser todos los días. Alejandra Echeverría es Doctora en Ciencias Biológicas e Investigadora adjunta del CONICET. También es Alelú, la superheroína de esta historia que salva el su mundo – y un poquito el nuestro – creando posters con frases y pensamientos a todo color bajo el nombre de Piba Pósters.
En esta nota, Alelú Echeverría cuenta para Minúscula escenas de su vida en las que a través del arte, la música y el color, descubrió su superpoder: sacar belleza del caos.

– ¿Cómo nació tu relación con el arte?
– El arte fue un descubrimiento que hice alrededor de mis 8 años. Mi infancia fue muy traumática. Era una nena que se sentía profundamente triste. Siempre estaba sola. No se me brindó amor, ni juegos, ni tiempo. Ya en ese entonces tenía muy en claro que solamente contaba conmigo misma.
Un día – no sé cómo – encontré unos casettes, (predecesores de los CDs, aclaremos para las nuevas generaciones) de música clásica y otro de la Misa Criolla de Ariel Ramírez. Me enamoré. Caí rendida ante la belleza de lo que escuchaba. Me sentí libre, viva, y sobre todo, acompañada. Mi imaginación era imparable. Me ponía a dibujar horas y horas, y a escribir poemas cada vez que escuchaba música. Creaba historias de niñas que no estaban tristes. Y que eran amadas y felices.
Casi inmediatamente sentí que el arte se había convertido en mi refugio. Un tiempo de amor. De mí para mí. Pero también se convirtió en una forma de transformar el profundo dolor que sentía en algo muchísimo más hermoso, que me conectaba indudablemente, con la vida.
– ¿Qué recuerdos tenés de tus primeras expresiones artísticas allá en la infancia?
– Lo primero que me pasó fue una terrible determinación por aprender a tocar y cantar las canciones y obras clásicas que escuchaba, todo tocado en un pianito diminuto incrustado en la tapa de una cartuchera que tenía sólo una octava. Al poco tiempo me regalaron un teclado con dos octavas. Me sentía Mozart. Pero con bastante menos talento y quizás muchísimo más drama.
Con el dibujo fue otra historia. En mi casa había libros de pintores del Renacimiento, los cuales me pasaba horas estudiando. Las perspectivas, los colores, las luces y las sombras, los rostros. En algún momento me regalaron una lata de lápices acuarelables y empecé a dibujar mis obras favoritas de Rafael y Botticelli. Estaba horas imitando las pinceladas con trazos diminutos hechos con los lápices.
Si tengo que resumir qué recuerdos tengo de mis primeras expresiones artísticas, diría que sentía una profunda admiración por ciertas obras y artistas y, además, creía que si lograba algo parecido a eso que tanto admiraba, podía estar un poquito más cerca de la belleza del mundo y alejarme cada vez más de la tristeza y el dolor que había dejado en mí, todo lo experimentado en mis primeros años de infancia.
– ¿Cómo nació Piba Pósters? ¿Cómo llegaste al nombre?
– Piba Pósters nació luego de una de las etapas más movilizantes de mi vida adulta, la cual me encontró atravesando varios duelos simultáneamente y durante la cual pude empezar a tomar decisiones cada vez más saludables para mí.
Previo a esto, durante mis estudios universitarios fui abandonando de a poco el dibujo. Por algunos años estudié canto en el Conservatorio de Música. Formé parte de un ballet folklórico, de una banda de música andina (aprendí a tocar sikus y quena de manera autodidacta) y acompañé a amigos que cantaban folklore en sus proyectos solistas. Luego, al convertirme en mamá, me dediqué full time a la crianza y cuidado de mi niña.
De a poco fui abandonando toda expresión artística pues el cansancio era extremo. Cada tanto escribía algún poema, generalmente cuando sentía que la tristeza me asfixiaba. Pero nada más. Ni siquiera conectaba con la música. Estaba excedida. Estresada. Y poco antes de la pandemia, triste, muy triste. No me reconocía ni reconocía a quienes estaban a mi alrededor.
Cuando llegó la pandemia y el aislamiento obligatorio, también llegaron los primeros dibujos después de 20 años de no sentarme a dibujar. Y fue liberador, otra vez. Y se sintió refugio, calor y abrazo. Y la soledad dolía menos. Y todo lo que se caía alrededor mío, también. Volvió la música, y compartir cada día con la ternura infinita de mi hija fue sanador. Me acuerdo una frase que me destrozaba el corazón cuando decidí volver a dibujar: “No sos tan gris, es que todo se volvió gris” (Azúcar del Estero, Lisandro Aristimuño).
El encierro fue la excusa para reencontrarme conmigo misma y finalmente hacer lo que siempre había esperado de lxs otrxs: rescatarme. Y lo logré. Fue mucho trabajo interno, mucha terapia, mucho esfuerzo. El arte estaba nuevamente presente, pero esta vez yo ya no tenía miedo de liberar todo lo que habita en mi interior.

En mayo de 2022 hice mi primer póster. Quería ver una frase que amo y que cantamos con mi compañero: “Un ranchito borracho de sueños y amor quiero yo”, (El Cosechero de Ramón Ayala), en formato de afiche callejero, estilo gráfico que siempre me fascinó desde pequeña, por eso quería lograr algo que lo emule, pero con herramientas digitales (que también aprendí a usar de manera autodidacta). Hice el primero, pero seguido de 6 más. Porque había muchas cosas que sentía y que podía “decir” a través de los pósters.
Los empecé a subir a mi Instagram personal. Tuvieron 13 likes. Ahí decidí subirlos a otra cuenta que abrí en pandemia donde estaban mis dibujos, los de mi reencuentro con los lápices de colores. Tenía 54 seguidorxs. ¿Y saben qué pasó? En muy pocos días explotó la cuenta. No podía creerlo. Lxs seguidorxs se sumaron de a miles. Muy rápido (el algoritmo me amó, imagino que por ser algo original). Y cómo una vez que te pasó de todo en la vida y te rompiste en mil pedazos, no tenés más miedo al éxito.
Dije: “Me subo a esta ola y que me lleve donde me quiera llevar”. Así que me empecé a mostrar. Sin máscaras. Las usé toda la vida para agradar y ser aceptada. Así que elegí el camino de no esconderme nunca más. Soy esto. Una señora de casi 45 años con vitalidad de piba, dispuesta a vivir cada día de la mejor manera posible. Y así estuve un mes o más jugando con los posibles nuevos nombres de la cuenta. Todavía guardo la lista:
La Piba de los Pósters
Piba Afiches
La Piba de los Carteles
La Piba de los Afiches
Piba Pósters – WINNER

– ¿Recordás cómo fue el proceso de creación de los primeros diseños?
– Claro, horas y horas escuchando viejas y nuevas canciones en mi determinación por re significarlo todo. Poniendo el oído en la poesía. Siempre en la poesía. Y descubriendo lo que siempre supe, que el dolor se puede transformar en algo hermoso si le buscamos la vuelta al cómo.
Eso me llevó a darme a mí misma la oportunidad de reconectar con artistas que no escuchaba hace años y re-enamorarme de canciones, o escuchar a otrxs que tenía negadxs por diversos motivos o empezar a escuchar bandas nuevas. Todo este trabajo diario me permitió contar con una gran biblioteca de frases, las cuales según mi estado de ánimo, “nacen” en forma de póster cada día.

– ¿Cómo vivís la relación construida con la comunidad de Piba Pósters?
– Es hermosa. Es un vínculo sano, donde hay reciprocidad, respeto y cuidado. Hay mucha amorosidad y escucha mutua. Todos los días alguien me escribe para contarme sus dolores, sus alegrías, sus logros. “No sé por qué te escribo para contarte esto…”, suelen decirme.
A mí me gusta que lo hagan. Y siempre respondo a todxs porque me parece importante que sepan que valoro que se tomen el tiempo de escribirme y compartir algo conmigo. Siempre creí que las redes sociales pueden ser utilizadas como espacios de construcción. Donde se puede encontrar algo mucho más enriquecedor que la vanidad de las personas o la búsqueda de pequeñas dosis de dopamina.
– ¿Cómo lidiás con los haters?
– Primero, me gusta exponerlxs. Mostrar qué cositas pequeñitas y miserables son. No me va esa de no mostrar cuando alguien vomita su odio porque sí. Yo no desparramo odio en ningún lado. Por ende, no permito que lo hagan en el espacio de Piba Pósters. Siempre fui justiciera. Y después, con humor. No lo puedo evitar. Sacan mi costado más histriónico.
– ¿Cuál es el desafío más grande que representa ser emprendedora hoy?
– Por momentos es muy gratificante y por otros, bastante estresante. Cuando comencé mi idea era simplemente mostrar mi “arte”. Pero, cada vez más gente me pedía que los venda en formato papel y pensé: “Bueno, pruebo”. Al poco tiempo estaba totalmente desbordada y por suerte se sumó mi compañero, con quien formamos un gran equipo. Fuimos ampliando los productos que ofrecíamos y pudimos abrir nuestra tienda online.
Nos gustaría crecer mucho más y creo que hoy, es nuestro mayor desafío. Sobre todo teniendo en cuenta que todo lo que hacemos es de autodidactas y no somos personas que sepan de estrategias o marketing.
– ¿Qué te genera ver tu arte decorando/acompañando la vida de las personas?
– Me emociona profundamente. Nunca imaginé que me iba a pasar algo así en la vida. Siempre tuve vergüenza de destacarme. Desde niña, se me hizo saber que mis talentos incomodaban. Muchas personas a lo largo de mi vida me hicieron mucho daño por simple envidia. Entonces, permanecer escondida, parecía un lugar seguro. Pero, ya de adulta entendí que es muy triste vivir así, queriendo agradar o ser aceptada en aquellos lugares donde no perteneces realmente.
Cuando Piba Pósters empezó a crecer fue cuando me permití no esconderme nunca más y “que sea, lo que sea” diría Drexler. Y lo que sucedió luego fue increíble, impensado, inesperado. Lo cual lo hace aún más emocionante. Hay mucho sentimiento en todo lo que hago, todo lo que me moviliza, mi propia historia. Y que eso llegue a otras personas es tremendamente gratificante. Estoy muy agradecida.
– ¿Hay algún diseño al que le guardes mayor cariño?
– “La tormenta que pasó me dio las alas” (Tesoro Escondido, El plan de La Mariposa). Resume el nacimiento de Piba Pósters (las alas) y mi re-nacimiento como mujer, más empoderada, más consciente, más madura, más conectada consigo misma. Más libre.
– ¿Qué le dirías a alguien que se encuentra en la búsqueda de materializar su emprendimiento artístico?
– Que se la juegue, que no tenga miedo, que deje que el arte sea el motor y sostén de su vida. Que deje aflorar su ser y su creatividad. Que busque su propia identidad y que la convierta en su bandera. Que no pierda el tiempo. Que la vida es hoy.

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