Conocí a Pepe Soriano una tarde de agosto en el Teatro El Tinglado. Él estaba haciendo funciones de su unipersonal «El loro sigue contando» y yo era un estudiante de periodismo con el sueño de entrevistarlo.
«Bienvenidos, tomen asiento que pronto vamos a dar sala», Pepe recibía y saludaba al público uno a uno. Te hacía sentir en familia, como si la obra fuera una excusa para el reencuentro de viejos afectos.
Cuando la función terminó, él se retiró primero de la sala. Pensé que mi chance de conversar con él y pedirle una entrevista se había esfumado, pero estaba feliz por haberlo podido disfrutar sobre el escenario.
Mi sorpresa fue enorme cuando entendí que salir primero tenía un por qué: saludar a cada persona del público y agradecerle el haber venido a escuchar su historia.
Cuando estuvimos frente a frente, con un valor que aún no sé de dónde saqué, le regalé una foto enmarcada de una escena de «Una sombra ya pronto serás», que lo tenía como protagonista.
Mientras él la observaba, junté coraje y le conté: «Yo soy periodista y quisiera hacer una nota con usted». Me miró y dijo: «Llamame a casa, la hacemos telefónica».
Pasaron cinco años desde aquella tarde y al enterarme de la triste noticia de su partida, decidí homenajearlo compartiéndoles a ustedes mi recuerdo de aquella tarde y la entrevista que me concedió.
PEPE SORIANO: “LA FORTUNA QUE ACUMULÉ ES LA DE LOS AMIGOS”
El Teatro El Tinglado es una de las tantas salas independientes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, está ubicado en la calle Mario Bravo a metros de Av. Córdoba y desde 2016 es el lugar elegido por el actor Pepe Soriano para representar su obra “El loro sigue contando”.
El hall de El Tinglado cuenta con un bar para que los espectadores que lleguen temprano puedan disfrutar de una gaseosa o infusión antes de ver los espectáculos que se presentan. Cuando tiene función, Pepe llega temprano al teatro y charla con la gente que viene a verlo antes de dar sala. “Bienvenidos, gracias por venir”, “Tomen asiento que un rato damos sala”, son algunas de las frases con las que personalmente recibe a su público.
A los 88 años, reconoce que “el teatro es su casa” y explica que esta obra – “El Loro sigue contando” – que lleva tres temporadas en cartel “es una forma de recibir amigos en su casa”.
— ¿Cómo surgió este espectáculo?
— Eso ocurrió durante la última dictadura militar. A mí me tocó estar prohibido y tener en algún momento que irme del país. Entonces me dije: “Le voy a contar a la gente quién soy yo”, pero no por las revistas, por mi propia boca. Y eso es lo que hice y hago en cada función de “El loro”.
“Me tocó estar prohibido”, relata con su forma pausada para hablar. Es que en el año ‘74, dos años antes de la última dictadura cívico-militar que se vivió en el país, él integraba una “lista negra” de actores. ¿Por qué? Por haber formado parte del elenco de “La Patagonia rebelde”.
En esa película (basada en el libro de Osvaldo Bayer “Los vengadores de la Patagonia trágica”) dirigida por Héctor Olivera, interpretó al “Alemán” Schultz.
— ¿Qué recuerdo tiene de esa película y de Schultz, su personaje?
— Fue una experiencia muy linda. Estábamos en el medio de la Patagonia hace más de 40 años atrás, si ahora es una tierra difícil, por las temperaturas, imaginate en aquella época, cuando no teníamos las comodidades ni la ropa térmica que hay hoy en día. Trabajamos con papel de diario bajo la ropa para mantener el calor del cuerpo. Las dificultades de la comida también eran grandes.
Él era un anarquista. Schultz venía de un país en donde esas ideas, más o menos, tenían un desarrollo. Pero acá, en nuestra Argentina, y en América supongo, en general no existía la menor idea en la población natural de esas ideas. Por lo cual era muy difícil tratar de transmitirlas, sobre todo por las expediciones territoriales, por la falta de formación de la gente. Su idea era la libertad. No la libertad destruyendo, sino la libertad creando y en continuo movimiento. No había status quo.
— ¿Qué significó “Coluccini” para usted?
— Yo lo quise mucho. Trabajé muy intensamente con esa película porque dialogué mucho con Osvaldo Soriano. Era tan entrañable el gordo, tan buen tipo. Se murió tan joven. Dialogamos mucho porque ambos entendíamos que este personaje, Coluccini, “creaba un personaje”, en realidad no era italiano, se hacía pasar por italiano. Al principio de la película él roba combustible de una estación de servicio con el personaje de Miguel Ángel Solá, entrañable amigo y compañero, él le dice: “Cuando uno les habla en extranjero bajan la guardia”.
— “Pero hay que mostrarles el fajo de billetes”, decía su personaje.
— Exactamente. Y hablarles en extranjero, porque al hablarles así, bajan la guardia. Él lo decía porque tenía la convicción de que cuando la gente hablaba con los ingleses quedaban absolutamente seducidos por el buen vivir que ellos tenían. ¡Era hermoso el personaje, hermoso!
Sostiene un cuadro en sus manos, esa tarde lo tuvo todo el tiempo en escena con él y se lo enseñó a quien quisiera verlo, con la explicación correspondiente, sobre la escena y las palabras del personaje que acompañan la foto: “En el camino cuando todo parece perdido siempre queda una última maniobra. Un golpe de volante, un rebaje, algo, pero nunca el freno. Usted toca el freno y está perdido”.
Las palabras de la imagen resultan acordes a la obra que Soriano lleva adelante, ante la ausencia de otros proyectos, esta puesta es su “golpe de volante”. Crítico con la televisión de hoy, afirma que en las producciones actuales “no hay arte, hay comercio”; y si se lo consulta por su ausencia en la pantalla chica responde que los productores de televisión y él tienen un acuerdo tácito: “él no los necesita ni ellos a él, por eso no se llaman”.
“El loro sigue contando” es un viaje a la vida de Pepe Soriano, quien relata desde el escenario pasajes de su historia. Habla de su casa natal, donde vive actualmente, en el barrio de Colegiales. Evoca con nostalgia y amor a aquellos que pusieron los cimientos de esa casa en donde dice “se siente como en un vientre materno”, historias de patio bajo la sombra de una parra y vecinos que colmaban ese patio venidos como sus abuelos de la vieja Europa.
“Mi casa siempre fue un patio donde había 30 ó 40 personas. Paisanos calabreses de mis abuelos que llegaron al país y se acompañaban entre sí para no extrañar su tierra”, recuerda.
Entre risas, Soriano también habla de los vecinos del barrio, como aquel italiano que todas las tardes se sentaba en la puerta de su casa vestido con su traje militar, luciendo “medallas” en su pecho diciendo a todos y a ninguno “¡Vieca condecoracione de guerra europea!”. “Eran chapitas de gaseosas prendidas con alfileres” – ríe – «¿Pero quién iba a contradecirlo?».
— La obra cuenta diferentes anécdotas, imagino que con los años se incorporaron nuevas historias que contar y se modificaron otras.
—Sí, algunas modificaciones tuvo. Porque yo también las sufrí como persona, es decir, los años no pasan en vano sobre uno y esto se refleja en el trabajo también.
Durante la obra hay en escena, sobre la mesa, un pan redondo que al finalizar se parte y comparte con el público. Sobre este acto Pepe explica: “Eso para mí representa la conclusión que yo saco de todo este trabajo, compartir el pan con la gente. La fortuna que yo acumulé es la de los amigos”, dice sonriente.“Mucha gente se equivoca creyendo que el dinero le soluciona la vida”, manifiesta.
“El dinero sirve y es necesario, repartiéndolo bien para que todo el mundo tenga derecho a sentarse en una mesa y tener una buena cama y estar cobijado en invierno y poder ver amanecer el sol en verano”,
Pepe Soriano.
Soriano no siempre quiso ser actor, estudió abogacía y un día decidió dejar la carrera por el teatro.
— ¿Cómo tomó la decisión de dejar la abogacía y volcarse al teatro?
— El día que conocí el teatro, para hacer una síntesis, descubrí que eso era lo mío y empecé a estudiar. Estudié durante cuatro años y a partir de ahí tuve la fortuna de dedicarme a la actuación. Trabajaba como incipiente actor, como aprendiz de actor. Y hasta el día de hoy sigo aprendiendo, este trabajo me ha llevado toda la vida.
— Usted debutó en teatro en 1954 con la obra “Sueño de una noche de verano” en el Colón. Hay una anécdota que cuenta que le ofrecieron ser el protagonista pero antes de estrenar lo cambiaron de rol, ¿es cierta?
—Es cierto – confiesa –. En un principio iba a protagonizar la obra interpretando a “Puck”, un hermoso personaje pero, después me dijeron que no porque evidentemente yo no representaba nada para el gran público, porque no me conocía nadie. Pero igual tuve la oportunidad de hacer un gran papel en la obra. Hay un momento en que Teseo recibe a los cómicos en el palacio y la compañía de cómicos representa “Los amores de Píramo y Tisbe”. Yo interpreté a Tisbe y Eduardo González, un gran actor argentino, era Píramo.
— ¿Qué le produce representar esta obra?
— A mí me produce una emoción muy grande, esta comunión con el público. Estoy muy contento con esto, además es mi forma de vida, mi medio de vida.
27 de agosto 2018
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Qué hermosa nota! Me dejó pensando mucho el «regalo» que el autor le pudo dar a Pepe todavía en vida. Cómo los objetos adquieren un significado y un valor cuando alguien se lo aporta, y cómo esas mismas cosas quedan suspendidas en el tiempo, en pausa, cuando el dueño deja de existir en éste plano al menos. Felicitaciones, Minúscula!
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